viernes, 27 de mayo de 2016

¿Cómo llegamos a este desastre? ¿Cómo saldremos?

Las respuestas que demos a ambas preguntas, en una dirección u otra, deberían guardar coherencia entre sí. La interpretación de la primera —del desastre que vive Venezuela— nos ubicará en el camino que propicia quien responde.

No es gratuito ni casual que el Gobierno busque salir del atolladero con las mismas políticas. Solo que ahora —mermados los ingresos por concepto de la venta del crudo— será a través de la venta de otras riquezas que se hallan en el suelo y subsuelo venezolanos. Para el Gobierno, el problema es la caída de los dólares para importar. Por eso subasta al país para conseguir más dólares. Es fiel a los fundadores de la ciencia económica con aquella máxima de la división internacional del trabajo que fuerza a cada país a especializarse en aquello en lo cual obtiene más ventajas, mientras importa de lo que no alcanza lo propio. Fieles al librecambio, pues. Nos hacemos de dólares para comprar lo demás. No requerimos producir bienes en lo que no somos competitivos. Por lo que quebramos la producción interna de bienes que podemos importar.

Para el “economista” —defensor por antonomasia del capital— el problema son los controles, la falta de libertad. Luego, el conflicto se resuelve con su levantamiento. El asunto obedece a la “inseguridad jurídica”, con todo y los artículos constitucionales que legalizan y amparan el liberalismo, como el artículo 301 de la constitución que establece el trato igual de los capitales —nacionales y foráneos— y el espíritu que establecen los artículos 311 y 312 para ajustar el presupuesto con base en el endeudamiento público, así como los decretos leyes de doble tributación que en la práctica eliminan el pago de impuestos de los capitales extranjeros que invierten en Venezuela.

El asunto para la dogmática del economista es atraer la inversión extranjera con base en la confianza y la seguridad jurídica. Se hacen la vista gorda o simplemente no ven para nada que sí hay inversión extranjera, pero solo en las áreas que a las potencias mundiales les interesan y propician, pero también propaga, el sabio economista, la dogmática religiosa del capital que orienta y recomienda dejar a las fuerzas del mercado aquella fórmula trinitaria de la mano invisible para que asigne la distribución de los factores de la producción, flexibilización laboral mediante, el libre juego de la oferta y la demanda, la inversión extranjera y la confianza. Señala esta fe del capital que la política económica no debe ser otra que la “libertad”, esto es, ninguna orientación desde el Estado. Además de la consideración de que, para salir de la crisis, hay que recurrir al endeudamiento externo y aplicar un paquete de medidas para garantizar la capacidad de crédito frente a los acreedores.

Pese a las crisis, estos fieles siguen empeñados en lo que indica el culto. En realidad, lo que buscan es que la crisis la paguen los trabajadores, que los grandes no mermen en sus ganancias esperadas. A eso se reduce la confianza. Entretanto, la confianza de los trabajadores es que habrá mayor pobreza y explotación a menos que la lucha los reivindique.

A nuestro juicio la cosa es más concreta. Sus determinaciones deben ser evidenciadas. El problema es de producción, de soberanía nacional, del freno al desarrollo de las fuerzas productivas en que se han convertido las relaciones de producción y de cambio imperantes y de la dependencia del país de la oligarquía financiera y del imperialismo de viejo o nuevo cuño. Luego, la salida supone una respuesta que permita la liberación de las fuerzas productivas para echar las bases que permitan diversificar el aparato productivo e impulsar la revolución industrial. Lo que supone la ruptura de la tendencia a la especialización y una política económica que no descargue en la gente, en su bolsillo, el costo que supone salir de la tragedia.

El camino hacia la revolución industrial parece una quimera para el economista ortodoxo. Ese que hace genuflexiones ante la sentencia liberal, sin parar mientes en la experiencia histórica. Solo los países que se han protegido han alcanzado elevados niveles de desarrollo. Venezuela cuenta con los recursos materiales y humanos para alcanzar esa meta. Comenzando por sustituir el producto importado por producción nacional, al inicio con aquellos rubros que son fáciles de ser sustituidos. Por canalizar el ahorro social hacia la inversión productiva. Esto es, creando condiciones para la concentración de capitales con sentido nacional. Todo lo cual supone afectar a los grandes bancos y a los importadores.

Nacimiento del desastre

El origen de la crisis actual es más remoto de lo que muchos suponen. Se trata de un asunto sencillo y rebatible solo desde la perspectiva de la religiosidad del economista que parte de la dogmática naturalista. Esa que establece que una fuerza invisible regula el funcionamiento del hecho económico y, al ser violentado su curso, nos dirigimos inexorablemente a este estado crítico. Pero la evidencia empírica es tan contundente que el argumento del místico, es ineficaz. La crisis obedece a que precisamente Venezuela ha cumplido fielmente con los principios del liberalismo, especialmente el de abrir sus puertos a la producción de países más competitivos sin dejar protección alguna para el producto nativo, el de cumplir fielmente con el pago de la deuda pública y el de garantizar la creciente riqueza de la oligarquía financiera, a saber, grandes productores de bienes como el grupo Polar, los grandes importadores y bancos y los sectores vinculados al negocio petrolero.

Adam Smith descubrió y desarrolló teóricamente la tendencia a la división internacional del trabajo. Esa que impera de manera objetiva como una fuerza que se impone y termina por moldear el papel de cada país en cada etapa del desarrollo del capitalismo mundial. Sujeta al rendimiento del capital, de la cuota de ganancia a escala planetaria y su desarrollo desigual y la dimensión de sus mercados interiores, los países se van ajustando a los dictados del capital. La única manera como se puede sortear esta tendencia es con voluntad nacional y con base en algunas ventajas fundamentales para la acumulación. No es gratuito que China hoy día sea la primera potencia mundial en manufacturas y además locomotora de la economía planetaria. Así, podemos observar que varios países logran superar y enfrentar la tendencia. Si no hay una conciencia al respecto, los países se convierten en piezas de un engranaje que favorece a los grandes. Eso describe lo esencial de la historia económica de Venezuela.

Este proceso parece ser desconocido por el Gobierno y los “economistas”. La soberanía es lo contrario a lo que se ha hecho. Propagan una y otra vez que somos un país soberano y enfrentado al imperialismo estadounidense, pero nada se hace para el desarrollo soberano. Nos enfrentamos a los gringos pero nos abrimos a los chinos y rusos. Enfrentamos al Alca pero propiciamos nuestra incorporación al bloque Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), previa incorporación a Mercosur.

Hoy día en el mercado internacional latinoamericano parecen ir de la mano el librecambismo y una ofensiva liberal a lo interno de los países para abaratar la fuerza de trabajo y flexibilizar la relación laboral. Ello pudiese explicar las situaciones argentina y brasileña, lo que no supone la exoneración de culpas de nadie, mucho menos de Cristina Kirchner. Pero, a todas luces, sobre todo en el golpe de Estado parlamentario de Brasil, como se le conoce, se expresa esta ofensiva así como la clara intención estadounidense de rescatar espacios en disputa que otrora le eran propios, al punto de llamarlos su “patio trasero”. Brasil, parte importante del bloque Brics, de seguro sufrirá un freno en este proceso de integración, una de cuyas metas en ciernes es la consolidación de un banco propio, el Nuevo Banco de Desarrollo del Brics (NBD), que se perfila como competidor de instancias internacionales como el Fondo Monetario Internacional.

En el contexto de la crisis mundial, las disputas entre imperialismos fuerzan al capital a profundizar la ofensiva contra los trabajadores y a abaratar aún más el precio de las materias primas, todo esto presagia serios conflictos sociales y políticos en la región, que pudiesen apuntar a crisis revolucionarias en varios puntos de la geografía latinoamericana. Este es el resultado de esa articulación entre el librecambio en el mercado mundial y las políticas liberales, garantes del aumento de la capacidad de crédito de los países y de freno a la caída de la cuota media de la ganancia.

Vale recordar la célebre expresión de Marx acerca del libre cambio cuando afirma que: “… el sistema del libre cambio es destructor. Corroe las viejas nacionalidades y lleva al extremo el antagonismo entre la burguesía y el proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la revolución social. Y solo en este sentido revolucionario, yo voto, señores, a favor del libre cambio”.

La catástrofe llegó

En Venezuela, ante la caída de la capacidad crediticia, la espiral inflacionaria que se crea como resultado del déficit fiscal y su cobertura con base en la emisión de papel moneda sin respaldo, colma el vaso y la crisis alcanza escalas insospechadas. El signo monetario pierde poder adquisitivo al punto de que el dólar es el equivalente de curso real. A su vez, la caída del ingreso se hace proporcional a la sustitución del producto nativo por la importación. Cae el ingreso de dólares al país mientras la merma de la producción nativa no alcanza para satisfacer ni de lejos la demanda interna. En eso se centra la catástrofe que vivimos.

La crisis ha alcanzado tal grado que hace inaguantable la situación. La desesperación de la gente es explosiva. Crece la angustia ante la falta de comida. No alcanza el salario. Las colas hacen perder mucho tiempo y cada vez se obtiene menos. Los bachaqueros —en connivencia con guardias nacionales, policías, colectivos armados, autoridades en general, gerentes, cajeros, todos inscritos en la cadena de intermediarios— se llevan buena parte de la comida que debía ser distribuida entre la gente, a un precio en correspondencia con el dólar preferencial. De allí parte la rabia de mucha gente que en cualquier momento traerá una desgracia. Por eso el bachaquero se ha convertido en personaje detestado por la población, solo que son tantos quienes se dedican a tal oficio que sin lugar a dudas es reflejo de la descomposición que vive la sociedad bajo el amparo chavista, bajo el espíritu que sembró “el eterno”, bajo la égida de su legado.

Pero la crisis no se reduce a la cuestión económica. Las instituciones hacen agua. La ingobernabilidad hace su aparición, y de manera cada vez más clara aparecen diversos instrumentos que sustituyen las instancias legales. Lo que explica, por ejemplo, el control relativo de la banda de “El Picure” de buena parte del estado Guárico. O bien, el que ejerce un tal “Lucifer” en buena parte de las barriadas del sureste caraqueño. Los pranes, por su parte, ejercen el control de las cárceles. Para solo citar ejemplos emblemáticos.

La inseguridad —que ha desbordado los cuerpos de seguridad, más que eso: se ha articulado con ellos— ha alcanzado escalas que hacen historia. No se percata el Gobierno de que se trata de una cultura que ellos mismos sembraron. Que el propio Presidente de la República, en su oportunidad, estimuló la delincuencia y junto con ella la impunidad. Lo que contribuye en buena medida a la crisis general.

Las cuestiones objetivas vienen determinando las perspectivas del Gobierno. Son claras las debilidades de la política de la oposición: la división y la poca eficacia para atender los problemas más sentidos por el pueblo, sus demandas y aspiraciones, conducen a mucha gente a perder la fe en la alternativa que representan frente a las penurias. Algunos prominentes factores de la oposición, apostando a una salida más a largo plazo, se han convertido en un freno de la protesta popular. Todo lo cual conduce a que sea la espontaneidad de la gente la respuesta contra el gobierno, ante el deterioro de sus condiciones de vida. Se siembra la especie de que la salida será desde adentro, como resultado del hecho objetivo. Una salida propiciada por el propio chavismo, claro, de no lograrse crear una fuerza consciente capaz de dirigir el descontento.

Hay quienes afirman que resulta extraño que no haya pasado nada. Ciertamente es así. El grado de deterioro de la economía y las consecuencias sociales hacen previsible un ascenso del movimiento espontáneo. Ya son muchos los episodios en tal sentido. Los últimos reflejan rabia y desesperación. La respuesta del Gobierno es un decreto de excepción y de emergencia cuya eficacia para resolver algún problema de la gente es nulo. Pero seguramente sí resuelve problemas de los importadores, de los grandes bancos, de los acreedores del Estado, nacionales y extranjeros.

Por su parte, desde la oposición democrática se debe levantar una propuesta alternativa que despierte esperanzas. Que estimule la participación popular por un cambio que no suponga más de lo mismo en esencia. Que conduzca a más democracia y más bienestar. Meterse en la pelea enfrentando este estado de cosas, pero entronizando en la gente una propuesta que brinde confianza, pero no la confianza a los poderosos, sino confianza a los trabajadores. Esto es, un cambio para mejorar el salario y las condiciones de vida de los excluidos, de los hombres y mujeres honestos y de buena voluntad, de todos quienes han sufrido en este engaño histórico de más de tres lustros.

Vale la pena enviar una disculpa al lector por haber expresado asuntos escabrosos de la economía, la ciencia menos conocida, aunque aborde el objeto más vivido por la especie humana. Sin producción no hay siquiera pensamiento, pero a la hora de atender las cuestiones de la producción y el cambio parecemos llenos de difíciles incomprensiones que deben ser superadas. Pero no queda de otra que hincar el diente en ese ejercicio de ir a la esencia de las cosas y no quedarnos en la superficie fácilmente percibida.

Parafraseando a Marx: como la cosa no se presenta como es, hace falta la ciencia que desentraña la esencia. Muy a pesar de este frío análisis de la ciencia económica, son momentos en los que aparecerá la pasión, se encresparán los espíritus en la lucha por un mundo mejor. Tiempos de confrontación que nos traerán poesía y cantos en correspondencia con las ansias de redención de un pueblo engañado y de donde brotarán fuerzas de las debilidades del presente expectante hasta convertirse en oleada de cambios. Quienes le temen a eso, es porque sus propuestas se inscriben en el transitar del camino ya andado.

Publicado en Efecto Cocuyo

La razón económica del Bachaqueo

Bachacos, bachaqueros, bachaquear… no se ha perfilado de manera muy clara el uso del sustantivo ni de las conjugaciones del verbo que se conforman en la acción. Como toda locución, las palabras tienen la vida que le dan los pueblos. Por eso, el término en cuestión anda en proceso de consolidación en la lengua del venezolano. Tiene su origen etimológico en la ruta comercial que realizaban los aborígenes en tierras zulianas y que hoy hacen su actividad económica principal. Lo que sí está claro, más que sus conjugaciones modernas, es el verbo en palabra y acción.

Esta “cadena de comercialización” ─que se inscribe en la naturaleza de las relaciones sociales de producción y de cambio imperantes─, cuenta con el ingrediente de la generalizada degradación chavista. El bachaco o bachaquero, goza del favor y vigilancia de la autoridad a diversa escala. Va desde aquella familia que se organiza para bachaquear, hasta las cadenas que se conforman con base en los “colectivos” armados que dominan diversos espacios. Se da el caso en que funciona de la siguiente manera: grupos armados que decomisan parte de la mercancía que llega a los Pdmercal o a los Bicentenario. Solo dejan disponible una parte para la venta y ellos revenden por bultos a unos precios exorbitantes. Sin embargo, estas bandas están en contra de los otros bachaqueros que compran en las cadenas de farmacia, por ejemplo, para revender al detal, por lo que los grupos armados han anunciado “represalias”, bajo la pretensión de tener centralizado el proceso de distribución de los alimentos.

Son muchos los que se ven impelidos a actuar como bachaqueros dada la calamidad que vive la familia venezolana. La pobreza, que ya alcanza a amplios sectores de la pequeña burguesía, del magisterio, profesorado universitario, profesionales, pequeños y medianos propietarios y comerciantes, campesinos, entre otros, fuerza a muchos a buscar actividades para sobrevivir. Estrategias de sobrevivencia que encuentran en el bachaqueo una alternativa individual que supone pérdida de pudor a la hora de estafar a otros ciudadanos. El descargo de quienes así actúan es la difícil situación, pero no sería edificante no dejar sentado que una salida individual e individualista nada aporta colectivamente a la solución del problema, al cambio que demanda Venezuela.

Tal es la escala alcanzada por esta “institución”, que Rodolfo Sanz ─alcalde de Guarenas e integrante de la Comisión presidencial para la economía productiva─ propuso en su escrito del 11 de enero de 2016 que se debía “construir la más amplia red de distribución de alimentos mediante la organización y el control del llamado ‘bachaqueo’ de productos”. Vaya salida a un problema creado y profundizado por una tradición en política económica que si bien guarda data desde 1989 al inicio del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, fue llevado por el régimen de Chávez a su máxima expresión. Se expresa en la esfera de la circulación, pero su raíz se halla en la producción; en la poca producción a la que han llevado a la economía para satisfacer las importaciones desde las potencias imperialistas ya viejas y las emergentes, principalmente de China.

Origen de la degradación

La cosa resulta elemental. Se utilizan los recursos petroleros ─sobre todo en tiempos de ganancias extraordinarias producto del incremento en los precios del crudo─ para importar buena parte de lo que requieren los venezolanos en alimentos, electrodomésticos, entre otros; así como buena parte de los medios de producción que requiere la menguada planta industrial y agrícola. Los bienes importados terminan siendo más competitivos ya que entran al mercado interno sin mayores restricciones. Muchas veces a cero aranceles ya que forman parte de “ayudas”, como las brindadas por los chinos y a dólares preferenciales, o resultado de convenios, parte de cuyos fondos deben ser usados para la importación de este tipo de mercancías o de medios de producción. Igual sucede con buena parte de los bienes importados de países integrantes de Mercosur, Brasil, principalmente. Productos más baratos y de mayor calidad, hacen lo suyo, y la producción nativa pierde cada vez más competitividad. En definitiva, se sustituye el producto venezolano con producción foránea y se va erosionando el aparato productivo. Luego, al acabarse los dólares, caemos en crisis, cuya profundidad es directamente proporcional al grado de dependencia del producto importado y a la caída del volumen de dólares en reserva.

Se trata de un proceso que es continuidad, en lo esencial, de la “tradición” venezolana de cumplir un papel en la división internacional del trabajo como proveedor de materias primas e importador de bienes finales. Siglos que parecen una impronta que sirve de acicate para que Chávez se colocara como la figura más emblemática de esa política. Partiendo de las ganancias extraordinarias por concepto de la venta del crudo, se elevaron las importaciones a una escala sin precedentes. Se sustituyó la producción de rubros que habían alcanzado niveles tan elevados de producción, que incluso sirvieron otrora para captar dólares en el mercado internacional por el producto importado. Se esrosionó -y se continúa erosionando- el aparato productivo hasta llegar a esta situación desesperada de una sociedad que se reproduce, en muy buena medida, con el producto importado. Casi nada “hecho en Venezuela” queda en pié en los anaqueles.

Para el 26 de abril de 2016 las reservas internacionales se colocaron en 12.607 millones de dólares, por debajo del nivel alcanzado en el mes de abril de 2003 posterior al paro petrolero, con el agravante de que alrededor del 75% están conformadas por oro, es decir, no en divisas. Además, en abril de 2016 el Banco Central de Venezuela liquidó divisas equivalentes a $ 251 millones para importaciones y pagó $ 437 millones en intereses de la deuda soberana. Como vemos, más para el pago de deuda que para importaciones, tendencia que se irá incrementando como resultado del creciente endeudamiento foráneo que mantiene el gobierno.

Algunos agentes gubernamentales han buscado similitudes con el proceso que se dio antes del golpe de Estado contra Salvador Allende. Para ello, han citado un párrafo emblemático de la novela La casa de los espíritus, de Isabel Allende. Ciertamente, dentro de la estrategia de los gorilas y el imperialismo estadounidense, se impulsaron en Chile maniobras económicas que crearon las condiciones propicias para el golpe criminal de Pinochet. Crear escasez de manera inducida, olas de rumores, compras nerviosas, entre otras cuestiones, fue parte del plan. Aunque eso no era el resultado de una política económica de destrucción del aparato productivo. Son casos diferentes. El proceso chileno fue muy breve, apenas tres años, como para hacer un balance acerca de sus alcances y perspectivas. A pesar de que se trató de un intento idealista de revolución, fue sincero y guiado por gente de mucho mayor cultura y compromiso que el caso que nos ocupa. Sumemos que la corrupción para nada es equiparable. Lo que no significa que el imperialismo yanqui no esté azuzando en una u otra dirección en la política venezolana. Solo que hasta ahora, parece ambigua. A momentos ha favorecido al régimen. En una que otra oportunidad ha hecho concesiones, sobre todo en relación con los espacios cedidos a China. Ha perdido mercados importantes como el del parque militar, tanto terrestre como aéreo. Los rusos colocaron en la Fuerza Armada Nacional un nuevo armamento, evidenciado más competitivo en algunos casos. Por su parte, los chinos se han convertido en el principal acreedor de Venezuela y, en general, de América Latina.

Alcances de la degradación

Junto al bachaquero, además, imperan las bandas regionales. Es así como la banda liderada por el recién abatido “El Picure” ─emblemática figura que dominaba en el estado Guárico─, no ha podido ser “derrotada” plenamente en una confrontación que a momentos no luce clara. Al menos, resulta poco creíble que una banda criminal impere de esa manera sin apoyo oficial. En cualquier caso, no se explica el grado de influencia y control alcanzando por un numeroso grupo de delincuentes articulados de manera tan eficaz. Las vacunas ya forman parte de los costos de producción de quienes cuentan con hatos y haciendas productoras de ganado, cebolla, entre otros rubros. Este sui generis incremento en el costo de producción se traduce en parte del encarecimiento de los bienes agrícolas y pecuarios que buscan realizarse en las ciudades. Pero nadie para a la banda de “El Picure”, ni a las distintas bandas que azotan a todo el país. Venezuela en manos de la delincuencia y sus capitostes, de los ya legendarios pranes y de los jefes de bandas.

En medio de la crisis general venezolana, se pone en evidencia de manera extrema una de las leyes de la distribución de las relaciones burguesas. A saber, cuando la fuerza de la demanda es mayor que la de la oferta, el precio tiende a alcanzar escalas muy superiores al valor de las mercancías. A diferencia de lo que propagan sectores del chavismo, en el capitalismo todo es mercancía. Como señalara Marx, el capitalismo es un inmenso arsenal de mercancías. A las mercancías convencionales cuyo valor de uso y cambio lo podemos determinar claramente, se les suman nuevas y sofisticadas, convertidas en tales, producto de la necesidad y la falta de autoridad y reglamentación de la vida ciudadana. Es así cómo hasta las calles y aceras en distintos puntos de la ciudad, entre otros bienes y servicios, se han convertido en mercancías bajo el amparo de las autoridades. Vamos al mercado de El Cementerio a comprar alguna cosa y debemos pagar 100 bolívares por estacionarnos en la acera. Igual sucede en los alrededores de Quinta Crespo y otros sitios de la ciudad de Caracas. Es normal que un recluso deba pagar mensualmente al Pran de la cárcel donde purga condena, por la “causa”. Esto es, su seguro de vida. Asunto de pleno conocimiento público, más aún de las autoridades. Grupos armados del gobierno comercian con los puestos en las largas colas que hace la gente para comprar algunos productos. Esto es, el puesto de la cola se ha convertido en una mercancía vendida por estos sujetos a precios poco creíbles. De tal manera que en vez de bachaquear el producto, le cargan a la ciudadanía un gasto que merma el poder adquisitivo de su salario, ante la mirada cómplice de guardias nacionales, policía nacional o cualquier autoridad, o porque forman parte de la connivencia. Qué decir de los bienes subsidiados con dólar preferencial para su importación que terminan siendo vendidos a precios exorbitantes, como es el caso de la leche en polvo importada, que se coloca en manos del bachaquero en 70 bolívares y éste la vende hasta en 2.500. Los bachaqueros ya cuentan con espacios importantes, especie de centros comerciales y farmacias en distintas ciudades del país. En una economía altamente especulativa, sin controles ni autoridad, donde reina el hamponato, la cosa se pone más creativa y diversa. La especulación y la descomposición extrema son los complementos.

No es una supuesta naturaleza humana egoísta, como señalara Adam Smith, lo que determina ese tipo de fenómenos poco virtuosos de la especulación inmisericorde. El bachaquero no está interesado ciertamente en satisfacer necesidad alguna de nadie, sea esta un asunto de vida o muerte o satisfacción de una necesidad primaria, de un bebé o de un enfermo. El bachaquero solo está interesado en obtener un beneficio extraordinario vendiendo un producto escaso que satisface una necesidad. Claro, la necesidad es primaria, alimenticia, de salud, es desesperante la realización de la mercancía para el demandante. Circunstancia que aprovecha el bachaco para obtener el mayor beneficio. El necesitado, consciente de que se trata de una estafa, accede a cancelar la exorbitante suma para así satisfacer la necesidad del niño hambriento o del enfermo en casa, o la propia. Relación de intercambio objetiva, independiente de la voluntad. Será así, mientras se presenten productores privados independientes que buscan el mayor beneficio en la producción y en el intercambio.

Smith señaló en su oportunidad, palabras más palabras menos, que “la búsqueda de la riqueza por parte de los particulares es útil, pues esta superchería es lo que despierta y mantiene en continuo movimiento la laboriosidad de los humanos. La ambición nos hace trabajar en beneficio de todos”, escribe José Biedma López en Adam Smith: moralista de la simpatía en noviembre de 2013. En realidad es a la inversa. No es esa superchería la que conduce a la laboriosidad. Es el motor, el deseo irrefrenable para la obtención de ganancia lo que conduce a la llamada superchería. Es el hecho objetivo lo que determina esa propensión y, por tanto, esas ansias de ganancia. La función de la producción y su realización en el mercado no es para satisfacer necesidades, sino para producir plusvalía y ganancias. En condiciones como la venezolana la cuestión se ha elevado a un grado superlativo en la esfera de la circulación bajo el acicate de una doble moral que nos presenta a unos supuestos socialistas como los jefes de bandas de bachaqueros que extorsionan a la gente y alcanzan escalas de beneficios superlativos a costa de las necesidades ciudadanas.

El clima especulativo, sin embargo, es plena responsabilidad del Gobierno. En una economía relativamente desarrollada, el precio se aproxima al valor de cambio de los bienes, determinado por el tiempo de trabajo necesario para su producción. Por el trabajo objetivado en la mercancía. Pero cuando hay presión de demanda superior a la de la oferta, el precio tiende a colocarse por encima de su valor, creándose mayores condiciones para especular. A la inversa, como acontece en el mercado de trabajo, cuando la oferta es mayor que la demanda, el precio tiende a colocarse por debajo de su valor.

En la economía venezolana hay presión de demanda producto de la inflación, de la escasez y a que existen varios tipos de cambio. Luego, se configura un mercado tremendamente especulativo, escenario para que se reproduzca esta infernal cadena de distribución resultado de la política económica chavista desde 1998. Ellos son los responsables, una de las tantas razones por las que deben irse. Su alternativa no puede pretender hacer lo mismo. Debe, por el contrario, transitar por el camino del desarrollo y la diversificación del aparato productivo, hasta producir una revolución industrial. Esto es, escoger el camino de la verdadera soberanía nacional.

La crisis nos ha conducido a una coyuntura en la cual debemos tomar partido por la solidaridad y la lucha, o sumarnos a la degradación. Extremos de rigor en medio de la legitimación de una relación de intercambio abyecta. Vivimos en la disyuntiva de ser humanos, verdaderamente humanos, estimulando la solidaridad, o actuar con base en las leyes del capital en la esfera del comercio, sacando partido de la extrema necesidad de la ciudadanía. Otra cosa no lo explica. Quienes asumen el bachaqueo en medio de estas circunstancias, optan por la degradación, tanto, que nos hacen recordar una estrofa del poema de Miguel Hernández, El Hambre: “…Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,/los que entienden la vida por un botín sangriento:/como los tiburones, voracidad y diente,/panteras deseosas de un mundo siempre hambriento”.

El desprecio a los bachaqueros se ha convertido en rabia. El Gobierno lo sabe. De allí que ahora buscan identificarlo con el invento de la guerra económica y con la oposición golpista. Su obra la endilgan a otros. Fariseísmo propio de este régimen político desde sus inicios. Pero ya están desenmascarados incluso frente al mismo pueblo chavista. Bachaqueros, colectivos, policías, guardias nacionales, funcionarios diversos, forman esta cadena de comercio que es parte de la pesadilla venezolana, de la cual más temprano que tarde habremos de despertar.

Publicado en Efecto Cocuyo

La dificultad de ser chavista

No resulta sencillo para los chavistas defender el tan cacareado “proceso”. La crisis ya hace muy difícil defender lo insostenible. Salvo ideas y teorías peregrinas, no hay argumento posible para explicar cuestiones que a todas luces son el resultado de una política económica propia de un régimen despótico vestido con ropaje socialista. Con la ayuda de los “progresistas” de buena parte del planeta y de la figura emblemática de Fidel, se erige en Venezuela la mayor estafa de nuestra historia. Creemos que es difícil encontrar una experiencia que lo supere. Al menos en Suramérica. El engaño alcanzó su escala más elevada y eficaz, por la combinación del incremento de los precios del crudo a escala internacional y la retórica encendida contra el imperialismo y la oligarquía. Las ganancias extraordinarias por concepto del nivel alcanzado por el barril de petróleo brindaron la base material del engaño.

Pero ¡vaya revés!: se desploma el precio y como un cuento el rey queda desnudo. Ya no Maduro, —muy lejos de una figura real -aunque reyes ha habido hasta desquiciados y locos-— sino el régimen todo, queda desnudo. Falta algo de historia para dar cuenta en la conciencia de buena parte de los venezolanos acerca del líder del llamado proceso y de su “legado”. Entretanto, Maduro luce el descartable dado su poco carisma e incapacidad para engañar incautos.

Pero, ante el descalabro, la creatividad chavista se hace prolífica, aunque menos eficaz. No sólo falta el líder: faltan los dineros de antes. Aun así, ante la debilidad de una firme oposición, combinan la represión con más discurso engañoso para levantar esperanzas. Y, por otra parte, desconocen la Asamblea Nacional y sus decisiones, aparte de frenar las iniciativas para salir de Maduro de manera pacífica y Constitucional.

Para evadir la responsabilidad que de manera exclusiva le corresponde al Gobierno, una de las teorías más propagadas es la de la guerra económica. Pero la contundencia de los acontecimientos hace que apenas encuentre algo de eco en los oídos más irracionales. Pero tales argumentos distractores no soportan el más elemental análisis. De tal manera que querer explicar la situación desde una perspectiva engañosa ya resulta un riesgo. La rabia es muy grande. Es más, resulta un ejercicio propagandístico de muy poca eficacia. Pone en evidencia, al ser contrastada la tesis con la realidad, que se trata de una impostura interesada. Señala el edificador de la ciencia económica, Karl Marx, que el pensamiento burgués después de David Ricardo solo produce apología. Pero estamos en presencia de lo absurdo, de lo irracional: la guerra económica, el incremento de precios como resultado de la inflación “inducida”, la especulación y el acaparamiento. Todo lo cual hace ver que no existe responsabilidad gubernamental. La inseguridad como resultado de un “plan de la CIA” para crear inestabilidad mediante el estímulo del malandraje, con una cierta ayuda del paramilitarismo colombiano.

Todo lo que sucede en el país es resultado de planes del imperio con el cual mantienen una pelea de sombras, mientras seguimos importando en buena medida bienes de la economía tanque, sobre todo, medios de producción. Deben apelar a la irracionalidad. Se ha sembrado este espíritu hasta llegar al extremo de que algunos, afortunadamente cada vez menos, no quieren ver la realidad por muy contundente que sea, como mucha gente en la Alemania nazi, que volteó la cara, o que defendió a Hitler hasta el final y, al caer el nazifascismo, declaró no haber sabido nada acerca del genocidio del pueblo soviético y de muchos pueblos, así como el objetivo del exterminio judío.

Desde la perspectiva psicoanalítica obedece a una manera de proteger el ego. No se reconoce la catástrofe y la responsabilidad del líder y del llamado “proceso” para no afectarse a sí mismos. Para algunos, los que se benefician de la política gubernamental, defender al gobierno con estos y otros argumentos es un asunto de necesidad. En este segmento se encuentran, entre otros, beneficiarios económicos, oportunistas, gente que se lucran con el ejercicio del poder. Bastante distintos de quienes defienden el chavismo desde la penuria real.

De otra parte, por la vía de la rigurosidad científica, analizar la circunstancia venezolana dejaría en evidencia que el desastre es el resultado de una política lejana en el tiempo, entronizada desde 1989 —-27 de febrero mediante—, que debe ser superada con una perspectiva de desarrollo nacional y soberano.

La gran ventaja del régimen se resume en las debilidades de la oposición. Por más que se hayan agotado las posibilidades del chavismo para levantar esperanzas, al menos en el corto plazo, no termina de caer. Lo sostienen varios factores subjetivos y propios de la política. Uno de los cuales, sin dudas, lo representa el freno a la protesta popular que propician el gobierno y factores de la oposición. El chavismo hace aguas, se desploma, pero no cae. Saca fuerzas de la debilidad de la alternativa. A momentos, parece llegar al final, pero saca fuerzas y lanza golpes a diestra y siniestra cuyas respuestas no son contundentes. La cosa llega a tal extremo que hay factores sociales que postergan sus demandas ante el miedo, el escepticismo, la pérdida de confianza en quienes lucen opción de cambio pero que no dan señales de fortaleza para la confrontación o que se perciben colaboracionistas que buscan sostener a Maduro y al régimen hasta 2019.

Pero la crisis hace estragos en el bolsillo de la gente. La angustia del venezolano es cada vez mayor. Angustia cotidiana porque no se consigue comida y lo poco que algún ciudadano logra es caro, muy caro. Los bachaqueros o bachacos, impunemente y coaligados con buena parte de la estructura del poder chavista, —colectivos, cadenas mercal, mercalitos, o las que de manera diversa se crea en los supermercados donde llega el producto, siempre ligados a alguna expresión del poder, colocan el precio del bien en una escala muy superior. La leche, colocada a 70 bolívares, termina llegando en el mejor de los casos a 1.200, aunque su precio se generaliza en 2.000 bajo la mirada complaciente de la autoridad. Harina de maíz precocida, arroz, aceite y pare usted de contar, sufren ese incremento de precios sin repuesta alguna de nadie. Elemental sería convocar a la protesta contra la especulación chavista, prisión para los corruptos bachaqueros, pero no. El chavismo, en cambio, reprime sectores de la oposición y frena la protesta, conduciendo a la pasividad. Se siembra el espíritu de derrota. Pero ya comienza a despertar el movimiento espontáneo. Eso resulta inevitable. La rabia de la gente, el descontento, la necesidad imperiosa por adquirir alimentos, se harán cada vez más presentes en la protesta y la movilización.

Por eso, ser chavista es difícil, que no sea por la vía del interés particular, el oportunismo articulado a lo anterior y el irracionalismo. Pero vivimos tiempos en los cuales también comienza a ser muy difícil ser opositor desde la perspectiva de algunos de los factores que la integran. ¡Cuidado con eso!

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