El espectáculo creado a partir de la recolección del billete de Bs 100 por órdenes de Maduro resulta un impacto político difícil de sortear. Quienes piensan que se trata de la creatividad del Presidente, hacen gala de una gran sobreestimación de su talento.
Se trata de una medida multipropósito muy bien pensada y mejor diseñada. Se cubren aspectos económicos y políticos. El más importante es la implantación del nuevo cono monetario. Se trata de crear un shock en la gente para que asuma lo más rápidamente posible las nuevas denominaciones en los billetes de un signo monetario que apenas sirve para las transacciones cotidianas en el comercio en una economía cada vez más dolarizada. Siendo que el billete de mayor denominación en el nuevo cono (Bs 20 mil) pasa a ser 200 veces más que el actual de Bs 100, se trata de un cambio brusco cuya adaptación debía darse en al menos seis meses.
Impulsados por la idea de que no podía esperarse más tiempo, en virtud de que la gente debía cargar cada más papel moneda para comprar mercancías elementales, promueven esta puesta en escena para atender varias cuestiones. La presión creada por la inflación más alta del mundo, parece llevarnos a repetir el célebre chiste que se crea a partir de la hiperinflación en Alemania en 1923 del hombre que dejó olvidada una cesta llena de dinero y se regresó muy preocupado por rescatar la cesta.
Por ello se arriesga el Gobierno a implantar un nuevo cono monetario de esta manera. Disminuida la masa monetaria, el circulante para realizar las transacciones, el Gobierno busca frenar un tantico la escalada de precios y crear una efímera ilusión, mientras centra los ataques contra los enemigos imaginarios, aparte del “imperio“, a sus nuevos agentes de la “mafia de falsificadores“.
Busca el Gobierno, además, frenar el incremento en el precio de la divisa. La recogida del billete es un corralito que frena la oferta de bolívares frente a la presión de demanda del dólar. Mientras salen las nuevas denominaciones para cubrir la necesaria masa monetaria para la realización de las transacciones, era lógico esperar una caída del precio del dólar. Esto es, al caer la oferta de bolívares frente a la presión de demanda del dólar fuerza a una eventual caída de su precio. Pero, superada la circunstancia, al mantenerse la sequía de dólares en el mercado y se cubra la oferta de bolívares, nuevamente el precio de la divisa se incrementará sujeta a la presión de demanda.
Pero busca también el Gobierno aprovechar el impacto para tapar u opacar la catástrofe nacional. La escasez y la inflación hacen estragos en la familia venezolana. Tragedia creada por un Gobierno corrupto, que impuso una política en favor de la oligarquía y de destrucción del aparato productivo. No podía derivarse en otra cosa, frente a lo cual, con esta maniobra, persigue el Gobierno crear otros culpables, aunque imaginarios, quienes forman parte del ejército enemigo que lleva a cabo la guerra económica.
De otra parte, son muchas las distorsiones creadas por la política gubernamental para favorecer a la banca, a los importadores y a las economías imperialistas. Lo que explica los problemas de los precios en relación con el valor de los productos, como resultado de la especulación y la inflación, principalmente. Cuestiones que también explican la concentración de una masa importante de billetes de Bs 100 en la frontera. Destaca, junto al mercado paralelo de dólares, el contrabando de gasolina hacia Colombia, y la compra de diversos insumos para la producción y bienes finales para el consumo del lado venezolano.
Circunstancia que aprovecha el Gobierno para afirmar que esa concentración de billetes obedece a otras causas. Veamos.
Fábula de la falsificación
Las balandronadas del Gobierno, y esta nueva fábula del contrabando para la falsificación de dólares con el billete de 100 bolívares, forman parte de su acervo político. Se trata de una idea quimérica que por mucha irracionalidad que prevalezca en alguna gente, más temprano que tarde será desenmascarada como parte del sainete.
Eso de que las mafias se hacen de los billetes para la falsificación de dólares es una leyenda creada para incautos, una burla a la inteligencia.
Según entendidos el papel del billete de Bs 100, independientemente de si es de calidad o no, de si es el más costoso en el mercado, es distinto al billete del dólar en sus distintas denominaciones.
El billete venezolano, siempre según fuentes calificadas, se elabora con base en celulosa de madera y fibra de algodón. Mientras que el papel para elaborar el billete estadounidense se fabrica a partir de la celulosa vegetal como materia prima.
Es de destacarse que la tinta con la que se elabora el billete de 100 no es posible desprenderla de la fibra que se configura a partir de la celulosa y el algodón. No existe solvente para tales efectos que no destruya el papel. No resiste a tratamiento alguno para ser reusado.
Esta fábula les sirve para alimentar al nuevo protagonista, al nuevo agente que actúa en la ficticia guerra económica. La mafia falsificadora de centenares de miles de millones de dólares que para nada afectan el mercado internacional. ¡Vaya fantasía!
Pero burlarse del pueblo venezolano les va a costar caro. La rabia acumulada se expresará en forma contundente. La elevación de la conciencia conducirá a que esa rabia encuentre el cauce en la lucha abierta por un cambio de verdad, de desarrollo, democracia y bienestar.
Publicado en Efecto Cocuyo
jueves, 15 de diciembre de 2016
sábado, 5 de noviembre de 2016
2017 y el nuevo pacto: ahora el petróleo eres tú
La tendencia dominante se plasma de manera cada vez más clara. Con todo y que es arropada por la circunstancia política, lo esencial se evidencia. Lo principal se impone tras la política, pero cubre lo fundamental: el ajuste económico más criminal que haya sido aplicado contra el pueblo venezolano en toda su historia. Esta circunstancia pone al orden imperante en peligro.
En su oportunidad, el pacto de Punto Fijo se hizo obsoleto. Fue sustituido por una nueva forma de dominación. Un nuevo pacto se fue coagulando en partes. Un primer momento se evidenció en el financiamiento de la campaña de Chávez por el Banco Provincial y la apertura de los medios a una candidatura para salvar las relaciones sociales imperantes. Una segunda etapa, luego de 2002, cuando parecen reencontrarse tras sufrir un divorcio, con luto y demás. Cisneros, que hasta a marchas asistió contra Chávez, negoció tan bien que copó el espacio dejado por Rctv. ¿El mediador?: EEUU. Shannon nos lo hizo recordar. Pero hoy, agotado el chavismo, parecen creadas las condiciones para otro pacto.
A eso conduce una política cuyos logros principales son haber abaratado el precio de la fuerza de trabajo, hasta convertirlo en el más bajo de Latinoamérica; y haber afianzado a Venezuela como seguro proveedor de petróleo y ahora, con nuevos rubros, hay la más firme disposición de afianzar ese camino.
¿Lo esencial?, cambios en la economía para seguir igual. Ante la crisis se requiere de un pacto. El espacio limitado de los medios, más acoplados al twitter y el mensaje corto, hace difícil explicar cosas imprescindibles de ser colocadas en el tapete de manera rigurosa, lo que parece requerir de más palabras. Dada esa limitación, casi en el lenguaje axiomático, podemos afirmar que la economía venezolana ha entrado en una nueva fase donde cabe una frase acuñada por mi amigo Gabriel Puerta según la cual, ahora el petróleo eres tú. Al menos para salir de lo más profundo de la crisis y sembrar una nueva cultura, se busca obtener los recursos para cubrir el presupuesto de ingresos vía presión tributaria. El nivel alcanzado por el despojo del bolsillo de los trabajadores es de tal grado, que el Gobierno se ve obligado a producir sucesivos ajustes salariales para atemperar la brusca caída de la demanda social. Para no perjudicar a los empresarios de la producción y la intermediación, se producen ajustes que buscan elevar un tanto la demanda y así estimular oferta.
Se convierte al obrero venezolano en fuerza de trabajo barata. Esto es, se alcanza una ventaja comparativa que pudiese atraer algunas inversiones productivas en la maquila y servicios, principalmente. Ya lo es, pero la profundización de esta política la haría de las más competitivas del planeta, más cuando la propia en China tiende a ser más cara dada la tendencia a aumentar su valor como resultado del incremento del mercado interno ante la caída del externo. La crisis mundial de 2008 y sus secuelas los obligan a elevar el precio de sus obreros para crear demanda ante la caída de sus exportaciones. Más bien ante un ritmo de crecimiento de sus exportaciones de menor escala. Por lo que deben ampliar su mercado interno.
Como señalamos en su oportunidad, la tragedia griega, resultado de la aplicación de un plan para que el Estado heleno se haga de los recursos para honrar la deuda, es remedada por la venezolana. Los griegos de hoy lo hicieron a su estilo: trágico. Los venezolanos con la parodia, otro género que nace con los helenos. De allí la crisis general que pone en peligro los cimientos de lo establecido, en verdad capitalismo dependiente, puro y simple, por más ropaje que le pongan para parodiar.
Esto es lo fundamental. Sin embargo, la diatriba política, el escenario del diálogo en medio de la estridencia verbal, lo opacan. Aunque es justo reconocer que el tal diálogo puede conducir a un nuevo pacto donde tirios y troyanos muestren su raíz helena, del mismo pozo pues, que los hermane en una estrategia para salvar el orden. Aunque dependerá de si la fuerza de las masas en la calle le dé otro tinte al diálogo, presionando a unos y otros, o que aparezca una alternativa que se cueza al calor de las luchas para cambiar de verdad a Venezuela y brindar un futuro de progreso, desarrollo y bienestar de su gente, y no de más de lo mismo.
Artículo publicado en Efecto Cocuyo
miércoles, 2 de noviembre de 2016
Hacia dónde va la economía madurista con el ajuste salarial (inflación para dummies)
Todo indica que nos aproximarnos a un desenlace del momento político que apuntaría a un cambio de Gobierno, o al menos, una recomposición del poder. Esto luce como tendencia dominante. El escenario, que se resume en una posible confrontación de calle de grandes proporciones, la diatriba encendida y el tal diálogo, opaca lo que es fundamental en el momento político.
Lo que explica que cuestiones como la aprobación del Presupuesto 2017, sus criterios y perspectivas, parecen no estar en el centro del debate, muy a pesar de que es mucho lo que se arriesga y se compromete como futuro mediato e inmediato. Siendo un asunto tan serio, acerca de la distribución de la riqueza, se torna subalterno. Esto favorece al Gobierno y su política -y a quienes se benefician de ella-, mientras reciben los aplausos o el asentimiento de los cultores de las ideas económicas que asumen como principio la honra, a toda costa, de los compromisos con los acreedores. No siempre lo fundamental es lo principal. Por lo que, con más razón y dado lo que se ventila, debemos cumplir con aquel principio según el cual, hay que atender lo principal sin descuidar lo subalterno.
Para comprender esto vale recordar una vez más aquello de que la cosa no se presenta como es. Si esto es así en el campo de la naturaleza, no tiene por qué ser distinto en la sociedad humana. Más en el mundo de la política. Se cocina un eventual cambio político, pero de mantenerse la orientación económica expresada en el Presupuesto de ingresos y gastos de 2017, en lo fundamental, nada cambiaría. De allí la gran importancia de profundizar en este asunto.
Partimos por considerar que, luego de la aprobación del presupuesto 2017 por parte de Maduro, se afianzan en Venezuela dos cuestiones que se articulan para dar continuidad a la catástrofe nacional: la política de hambre y destrucción económica, articulada al sostenimiento de la capacidad de crédito del Estado venezolano frente a los acreedores. Así, la dictadura de Maduro y su corte imponen su ley.
Pues bien. No solo Martin Luther King tuvo un sueño. Maduro también lo tiene. El del primero era sublime, de igualdad, de esperanza. El de Maduro es otro. El del Presidente resume la profundización de las diferencias. Sueña Maduro con que el presupuesto de ingresos del Estado venezolano, sea nutrido principalmente vía cargas tributarias a la ciudadanía. Esta perspectiva lo hace sentirse orgulloso. Tanto como el liberal adocenado.
Dichas así las cosas, se coloca en evidencia lo que hemos señalado en el sentido de que en Venezuela se recurre al sainete para arrodillarse frente a la oligarquía financiera internacional. Seguramente por la herencia del teatro trágico, los griegos tuvieron que transitar por un período en que reinó el pánico, luego del cual vino la tragedia. Varias noches en vilo, referendo mediante que fue burlado por Alexis Tsipras, hasta llegar a un “acuerdo” con la Troika, lleva a la aplicación de un plan de ajustes de los más criminales en la historia de la economía mundial. Los venezolanos, dados a otro espíritu, nos vemos envueltos en una farsa, nutrida por la fraseología socialista, mientras se aplica un ajuste tan criminal como el griego, pero con el piquete de la inflación y el discurso contra la "guerra económica".
El “paquete” en desarrollo le permite al Gobierno disponer de los dólares obtenidos por el negocio petrolero y ahora los que obtenga con la subasta del arco minero, para pagar la deuda contraída con chinos, principalmente, y otras potencias imperialistas. Un resultado similar al alcanzado en Grecia. Seguramente les ganamos a los griegos en colas para comprar productos y en la delgadez generalizada de nuestra gente, mientras competimos en pobreza. Así, el sainete termina en tragedia.
¿La evidencia? El Presupuesto 2016 y 2017
Maduro cumple muy bien su papel. Aquello del legado de Chávez sigue viento en popa (¿o en copa?). Cumple con la política en favor de la oligarquía, importadores y banqueros, y otros beneficiarios del régimen, con discurso antiimperialista. Esto se expresa en que los ingresos alcanzados para julio de 2016 le permitieron al Servicio Nacional Integrado de Administración Aduanera y Tributaria (Seniat) superar la meta anual de recaudación en 295 mil millones de bolívares al llegar a Bs. 1 billón 495 mil millones de bolívares. La meta del período anual se fijó en principio en cerca de Bs 1 billón 200 mil millones. Ingresos que están destinados a financiar el 70% del presupuesto ordinario de la Nación. Para finales de año, probablemente superará el 75%.
En el presupuesto de ingresos para 2016, se contempló alcanzar 1,2 billones de bolívares en impuesto y tributos. Pero lo alcanzado supero la meta. Desglosados en Impuesto Sobre la Renta-Otras Actividades, por 282.818 millones; Impuesto Sobre la Renta a Otras Personas Jurídicas: 267.848 millones; Impuesto Sobre la Renta a Personas Naturales: Bs 14.970 millones; Impuesto al Valor Agregado (Neto): 704.640 millones; Importaciones Bs 114.898 millones; Licores 32.112 millones; Cigarrillos 55.395 millones e Impuestos Varios 5.704 mm. Se desprende que alrededor del 73% de los ingresos provienen de IVA y tributos a cigarrillo y licores e impuestos a las personas. La recolección de los tributos internos superó al cierre de julio en 247,83 %, el objetivo planteado por el organismo, puesto que ésta se ubicó en Bs 266,09 millardos, cuando la recaudación establecida para el séptimo mes del año era de 107,36 millardos Bs.
En medio de la espiral inflacionaria, esto se traduce en que superamos con creces las metas de los ingresos para cubrir los gastos ordinarios y buena parte de lo correspondiente al pago de deuda pública.
Aumenta la inflación, aumenta la recaudación vía tributos. Esto es, financiamos con el bolsillo de los asalariados y consumidores los gastos corrientes que no cubren satisfactoriamente las demandas de los venezolanos, dado el deterioro del signo monetario. De allí que se cumpla la máxima según la cual la inflación se convierte en el peor impuesto estatal. Es el más regresivo. El impuesto sobre la renta del empresario, por su parte, tiende a ser descargado en el comprador. En cualquier caso, es extraída de la plusvalía capitalista que saca el dueño de los medios de producción del proceso de trabajo.
Ahora bien, el sueño de Maduro se acerca más a ser cumplido en 2017 ya que el 83% del presupuesto fijado en 8,4 billones de bolívares, se recaudará por la vía impositiva. Seguramente se complementará con el aumento de la gasolina, incremento del IVA e impuestos al débito bancario, de licores y cigarrillos y de trámites públicos. Asimismo, la aproximación a sincerar el precio del dólar, también dejará lo suyo. Pero, sobre todo, la inflación incidirá favorablemente en el incremento de la capacidad recaudadora, tanto como en el sostenido en 2016.
Vistas así las cosas, el Gobierno madurista seguiría fiel al legado de Chávez al contar con las condiciones que le permitirían, como al difunto, honrar la deuda como lo ha hecho hasta ahora, ahorcando a las grandes mayorías. Mientras cubrimos el presupuesto de ingresos para los pagos de las partidas ordinarias con los impuestos, el IVA principalmente, claro está, los dólares del negocio petrolero y minero, irán para honrar compromisos de deuda.
Ajuste salarial para favorecer a la empresa
La recaudación de 2016, muy superior a las metas establecidas, le permite al Gobierno producir una compensación al salario y al bono de alimentación. Lo que motiva, una vez más, la diatriba encendida en torno de que los aumentos salariales conducen a una mayor inflación, o no. Tanto ha calado esta especie que recientemente un amigo señaló públicamente que los más perjudicados con estos incrementos salariales son los empresarios. Difícil que alguna gente perciba la esencia de estas cosas en medio del bombardeo ideológico del pensamiento económico axiomático o dogmático. Dice el dogmático: los aumentos salariales generan inflación. Es como recitar cualquier oración de la Torá, el Corán, o la biblia cristiana.
Sucede que la inflación, además de ser un impuesto al bolsillo de la gente, también conduce a una caída de la capacidad de demanda social. Circunstancia que no estimula la oferta de bienes y servicios que afectan los márgenes de ganancia de los empresarios. Luego, al llegar a un nivel que afecta tanto la demanda como la oferta, el ejecutivo se ve en la imperiosa necesidad de compensar la caída bajo la figura de aumento del salario mínimo.
Resulta que primero se produce la inflación. Luego debe ser compensada la caída de la capacidad de demanda. No es que se alcance nuevamente el poder adquisitivo previo, sino que se busca compensarlo para así elevar un tanto la demanda social para con ello estimular la oferta de bienes y servicios y no poner en riesgo a la empresa.
El empresario, junto a la debida previsión que toma, o debe tomar, al obtener mayores beneficios, descarga parte del incremento del costo de producción en el precio. Eso explica por qué en estas circunstancias el empresario puede beneficiarse, sobre todo aquéllos más competitivos, que han logrado mayor centralización de capitales.
Más tiempo vive el empresario sin el trabajador que el trabajador sin el empresario, lo que lleva a una relación de sojuzgamiento que se expresa en la baja del salario real muy a pesar de lo cual el trabajador se mantiene en la empresa. Son muchos los casos en los cuales el empresario, bajo el argumento de la situación inflacionaria, aprovecha para restarles beneficios a los trabajadores. Además, las empresas más competitivas aprovechan la circunstancia para alcanzar mayores niveles de centralización, siendo el emblema de esta afirmación el crecimiento y desarrollo de empresas Polar.
Inflación para Dummies
Alguien se preguntará, ¿por qué puede obtener mayores beneficios con inflación? La respuesta es sencilla. En el lapso entre un ajuste salarial y otro, con inflación, al no haber ajuste diario, está pagando menos en salarios y obtiene más dinero por la mercancía al aumentar precios por inflación, que sí puede variar diariamente.
Ciertamente también se produce un incremento de los precios de los medios de producción que requiere el empresario para el proceso de trabajo. Solo que el beneficio que obtiene siempre será mayor al descargar el incremento de estos costos en el precio de realización, manteniendo el salario del obrero hasta el nuevo ajuste, que en el caso venezolano dura unos cuantos meses, motivado por la inflación. Ese incremento de la ganancia capitalista debería servir para la conformación de un fondo ante un nuevo ajuste. Esto es así, sobre todo cuando hay presión de demanda y una elasticidad relativamente baja. En otros países los lapsos para aumentos generalizados son aún mayores. Regularmente un ejercicio fiscal cuando la inflación se aproxima a cero o es baja.
Al empresario le conviene estos ajustes salariales por dos razones. En primer lugar, para que aumente la capacidad de demanda. En segundo lugar, habida cuenta de que el ajuste no eleva el salario real, la tasa de explotación tiende a ser cada vez mayor. Sumemos que estos ajustes repercuten en una tendencia a la bonificación del salario que a la postre beneficia al empresario. Un adicional que saluda la empresa y el economista. De allí que el Gobierno deba aprovechar la circunstancia de la recaudación alcanzada para realizar el ajuste. Para nada interesan las condiciones de reproducción de los trabajadores y su familia como sí una demanda que no arriesgue el beneficio del empresario.
Así, la caída del poder adquisitivo del salario, va pareja al incremento de la recaudación del Seniat. Recaudación que permite mantener la capacidad de crédito de la República al poder honrar buena parte de los compromisos con los acreedores, mientras descarga en la gente el peso principal para la configuración del gasto público.
A su vez, el Ejecutivo busca renegociar buena parte de la deuda con China (más de 50mm de dólares) y Rusia para disponer de más recursos en medio de un clima político en el cual la salida de Maduro luce como tendencia dominante. También la negociación, canje mediante los bonos de Pdvsa, le permite a la empresa bajar la presión momentáneamente aunque coloca en prenda a Citgo. El vencimiento de los bonos colocado para 2020 a una tasa de 8,5% se convierte en un jugoso negocio para los acreedores.
El objetivo inmediato del Gobierno es alcanzar alguna recuperación económica y recrear su capacidad para sembrar fe, apostando al incremento de los precios del crudo y obtener recursos tras la venta de riquezas mineras. Lo que supone sostener el papel de Venezuela en la división internacional del trabajo, por lo que seguiríamos siendo demandantes de bienes finales provenientes de economías más desarrolladas, principalmente Chinas, estadounidenses y brasileñas.
En este contexto, los trabajadores deben levantar como nunca la consiga de aumento del salario real. El desenlace de la situación política parece cercano. Ante la perspectiva de una transición este asunto adquiere mayor relevancia. Recordemos que los economistas de distintos signos políticos coinciden en la necesidad de seguir profundizando el ajuste adelantado por el Gobierno hasta alcanzar las metas que buscan los acreedores y que son el sueño de Maduro. A saber, desvalorización de la fuerza de trabajo como resultado de descargar el peso de la crisis en sus bolsillos, cuya mejor evidencia nos la brinda el Seniat; mantener la capacidad de crédito de la República mientras se honran los compromisos con los acreedores y se subastan riquezas nacionales inconmensurables. Así, el asunto de las luchas por la defensa del salario resultan de principios frente a cualquier salida a la crisis venezolana.
Dr. Carlos Hermoso
Caracas, 31 de octubre de 2016
Lo que explica que cuestiones como la aprobación del Presupuesto 2017, sus criterios y perspectivas, parecen no estar en el centro del debate, muy a pesar de que es mucho lo que se arriesga y se compromete como futuro mediato e inmediato. Siendo un asunto tan serio, acerca de la distribución de la riqueza, se torna subalterno. Esto favorece al Gobierno y su política -y a quienes se benefician de ella-, mientras reciben los aplausos o el asentimiento de los cultores de las ideas económicas que asumen como principio la honra, a toda costa, de los compromisos con los acreedores. No siempre lo fundamental es lo principal. Por lo que, con más razón y dado lo que se ventila, debemos cumplir con aquel principio según el cual, hay que atender lo principal sin descuidar lo subalterno.
Para comprender esto vale recordar una vez más aquello de que la cosa no se presenta como es. Si esto es así en el campo de la naturaleza, no tiene por qué ser distinto en la sociedad humana. Más en el mundo de la política. Se cocina un eventual cambio político, pero de mantenerse la orientación económica expresada en el Presupuesto de ingresos y gastos de 2017, en lo fundamental, nada cambiaría. De allí la gran importancia de profundizar en este asunto.
Partimos por considerar que, luego de la aprobación del presupuesto 2017 por parte de Maduro, se afianzan en Venezuela dos cuestiones que se articulan para dar continuidad a la catástrofe nacional: la política de hambre y destrucción económica, articulada al sostenimiento de la capacidad de crédito del Estado venezolano frente a los acreedores. Así, la dictadura de Maduro y su corte imponen su ley.
Pues bien. No solo Martin Luther King tuvo un sueño. Maduro también lo tiene. El del primero era sublime, de igualdad, de esperanza. El de Maduro es otro. El del Presidente resume la profundización de las diferencias. Sueña Maduro con que el presupuesto de ingresos del Estado venezolano, sea nutrido principalmente vía cargas tributarias a la ciudadanía. Esta perspectiva lo hace sentirse orgulloso. Tanto como el liberal adocenado.
Dichas así las cosas, se coloca en evidencia lo que hemos señalado en el sentido de que en Venezuela se recurre al sainete para arrodillarse frente a la oligarquía financiera internacional. Seguramente por la herencia del teatro trágico, los griegos tuvieron que transitar por un período en que reinó el pánico, luego del cual vino la tragedia. Varias noches en vilo, referendo mediante que fue burlado por Alexis Tsipras, hasta llegar a un “acuerdo” con la Troika, lleva a la aplicación de un plan de ajustes de los más criminales en la historia de la economía mundial. Los venezolanos, dados a otro espíritu, nos vemos envueltos en una farsa, nutrida por la fraseología socialista, mientras se aplica un ajuste tan criminal como el griego, pero con el piquete de la inflación y el discurso contra la "guerra económica".
El “paquete” en desarrollo le permite al Gobierno disponer de los dólares obtenidos por el negocio petrolero y ahora los que obtenga con la subasta del arco minero, para pagar la deuda contraída con chinos, principalmente, y otras potencias imperialistas. Un resultado similar al alcanzado en Grecia. Seguramente les ganamos a los griegos en colas para comprar productos y en la delgadez generalizada de nuestra gente, mientras competimos en pobreza. Así, el sainete termina en tragedia.
¿La evidencia? El Presupuesto 2016 y 2017
Maduro cumple muy bien su papel. Aquello del legado de Chávez sigue viento en popa (¿o en copa?). Cumple con la política en favor de la oligarquía, importadores y banqueros, y otros beneficiarios del régimen, con discurso antiimperialista. Esto se expresa en que los ingresos alcanzados para julio de 2016 le permitieron al Servicio Nacional Integrado de Administración Aduanera y Tributaria (Seniat) superar la meta anual de recaudación en 295 mil millones de bolívares al llegar a Bs. 1 billón 495 mil millones de bolívares. La meta del período anual se fijó en principio en cerca de Bs 1 billón 200 mil millones. Ingresos que están destinados a financiar el 70% del presupuesto ordinario de la Nación. Para finales de año, probablemente superará el 75%.
En el presupuesto de ingresos para 2016, se contempló alcanzar 1,2 billones de bolívares en impuesto y tributos. Pero lo alcanzado supero la meta. Desglosados en Impuesto Sobre la Renta-Otras Actividades, por 282.818 millones; Impuesto Sobre la Renta a Otras Personas Jurídicas: 267.848 millones; Impuesto Sobre la Renta a Personas Naturales: Bs 14.970 millones; Impuesto al Valor Agregado (Neto): 704.640 millones; Importaciones Bs 114.898 millones; Licores 32.112 millones; Cigarrillos 55.395 millones e Impuestos Varios 5.704 mm. Se desprende que alrededor del 73% de los ingresos provienen de IVA y tributos a cigarrillo y licores e impuestos a las personas. La recolección de los tributos internos superó al cierre de julio en 247,83 %, el objetivo planteado por el organismo, puesto que ésta se ubicó en Bs 266,09 millardos, cuando la recaudación establecida para el séptimo mes del año era de 107,36 millardos Bs.
En medio de la espiral inflacionaria, esto se traduce en que superamos con creces las metas de los ingresos para cubrir los gastos ordinarios y buena parte de lo correspondiente al pago de deuda pública.
Aumenta la inflación, aumenta la recaudación vía tributos. Esto es, financiamos con el bolsillo de los asalariados y consumidores los gastos corrientes que no cubren satisfactoriamente las demandas de los venezolanos, dado el deterioro del signo monetario. De allí que se cumpla la máxima según la cual la inflación se convierte en el peor impuesto estatal. Es el más regresivo. El impuesto sobre la renta del empresario, por su parte, tiende a ser descargado en el comprador. En cualquier caso, es extraída de la plusvalía capitalista que saca el dueño de los medios de producción del proceso de trabajo.
Ahora bien, el sueño de Maduro se acerca más a ser cumplido en 2017 ya que el 83% del presupuesto fijado en 8,4 billones de bolívares, se recaudará por la vía impositiva. Seguramente se complementará con el aumento de la gasolina, incremento del IVA e impuestos al débito bancario, de licores y cigarrillos y de trámites públicos. Asimismo, la aproximación a sincerar el precio del dólar, también dejará lo suyo. Pero, sobre todo, la inflación incidirá favorablemente en el incremento de la capacidad recaudadora, tanto como en el sostenido en 2016.
Vistas así las cosas, el Gobierno madurista seguiría fiel al legado de Chávez al contar con las condiciones que le permitirían, como al difunto, honrar la deuda como lo ha hecho hasta ahora, ahorcando a las grandes mayorías. Mientras cubrimos el presupuesto de ingresos para los pagos de las partidas ordinarias con los impuestos, el IVA principalmente, claro está, los dólares del negocio petrolero y minero, irán para honrar compromisos de deuda.
Ajuste salarial para favorecer a la empresa
La recaudación de 2016, muy superior a las metas establecidas, le permite al Gobierno producir una compensación al salario y al bono de alimentación. Lo que motiva, una vez más, la diatriba encendida en torno de que los aumentos salariales conducen a una mayor inflación, o no. Tanto ha calado esta especie que recientemente un amigo señaló públicamente que los más perjudicados con estos incrementos salariales son los empresarios. Difícil que alguna gente perciba la esencia de estas cosas en medio del bombardeo ideológico del pensamiento económico axiomático o dogmático. Dice el dogmático: los aumentos salariales generan inflación. Es como recitar cualquier oración de la Torá, el Corán, o la biblia cristiana.
Sucede que la inflación, además de ser un impuesto al bolsillo de la gente, también conduce a una caída de la capacidad de demanda social. Circunstancia que no estimula la oferta de bienes y servicios que afectan los márgenes de ganancia de los empresarios. Luego, al llegar a un nivel que afecta tanto la demanda como la oferta, el ejecutivo se ve en la imperiosa necesidad de compensar la caída bajo la figura de aumento del salario mínimo.
Resulta que primero se produce la inflación. Luego debe ser compensada la caída de la capacidad de demanda. No es que se alcance nuevamente el poder adquisitivo previo, sino que se busca compensarlo para así elevar un tanto la demanda social para con ello estimular la oferta de bienes y servicios y no poner en riesgo a la empresa.
El empresario, junto a la debida previsión que toma, o debe tomar, al obtener mayores beneficios, descarga parte del incremento del costo de producción en el precio. Eso explica por qué en estas circunstancias el empresario puede beneficiarse, sobre todo aquéllos más competitivos, que han logrado mayor centralización de capitales.
Más tiempo vive el empresario sin el trabajador que el trabajador sin el empresario, lo que lleva a una relación de sojuzgamiento que se expresa en la baja del salario real muy a pesar de lo cual el trabajador se mantiene en la empresa. Son muchos los casos en los cuales el empresario, bajo el argumento de la situación inflacionaria, aprovecha para restarles beneficios a los trabajadores. Además, las empresas más competitivas aprovechan la circunstancia para alcanzar mayores niveles de centralización, siendo el emblema de esta afirmación el crecimiento y desarrollo de empresas Polar.
Inflación para Dummies
Alguien se preguntará, ¿por qué puede obtener mayores beneficios con inflación? La respuesta es sencilla. En el lapso entre un ajuste salarial y otro, con inflación, al no haber ajuste diario, está pagando menos en salarios y obtiene más dinero por la mercancía al aumentar precios por inflación, que sí puede variar diariamente.
Ciertamente también se produce un incremento de los precios de los medios de producción que requiere el empresario para el proceso de trabajo. Solo que el beneficio que obtiene siempre será mayor al descargar el incremento de estos costos en el precio de realización, manteniendo el salario del obrero hasta el nuevo ajuste, que en el caso venezolano dura unos cuantos meses, motivado por la inflación. Ese incremento de la ganancia capitalista debería servir para la conformación de un fondo ante un nuevo ajuste. Esto es así, sobre todo cuando hay presión de demanda y una elasticidad relativamente baja. En otros países los lapsos para aumentos generalizados son aún mayores. Regularmente un ejercicio fiscal cuando la inflación se aproxima a cero o es baja.
Al empresario le conviene estos ajustes salariales por dos razones. En primer lugar, para que aumente la capacidad de demanda. En segundo lugar, habida cuenta de que el ajuste no eleva el salario real, la tasa de explotación tiende a ser cada vez mayor. Sumemos que estos ajustes repercuten en una tendencia a la bonificación del salario que a la postre beneficia al empresario. Un adicional que saluda la empresa y el economista. De allí que el Gobierno deba aprovechar la circunstancia de la recaudación alcanzada para realizar el ajuste. Para nada interesan las condiciones de reproducción de los trabajadores y su familia como sí una demanda que no arriesgue el beneficio del empresario.
Así, la caída del poder adquisitivo del salario, va pareja al incremento de la recaudación del Seniat. Recaudación que permite mantener la capacidad de crédito de la República al poder honrar buena parte de los compromisos con los acreedores, mientras descarga en la gente el peso principal para la configuración del gasto público.
A su vez, el Ejecutivo busca renegociar buena parte de la deuda con China (más de 50mm de dólares) y Rusia para disponer de más recursos en medio de un clima político en el cual la salida de Maduro luce como tendencia dominante. También la negociación, canje mediante los bonos de Pdvsa, le permite a la empresa bajar la presión momentáneamente aunque coloca en prenda a Citgo. El vencimiento de los bonos colocado para 2020 a una tasa de 8,5% se convierte en un jugoso negocio para los acreedores.
El objetivo inmediato del Gobierno es alcanzar alguna recuperación económica y recrear su capacidad para sembrar fe, apostando al incremento de los precios del crudo y obtener recursos tras la venta de riquezas mineras. Lo que supone sostener el papel de Venezuela en la división internacional del trabajo, por lo que seguiríamos siendo demandantes de bienes finales provenientes de economías más desarrolladas, principalmente Chinas, estadounidenses y brasileñas.
En este contexto, los trabajadores deben levantar como nunca la consiga de aumento del salario real. El desenlace de la situación política parece cercano. Ante la perspectiva de una transición este asunto adquiere mayor relevancia. Recordemos que los economistas de distintos signos políticos coinciden en la necesidad de seguir profundizando el ajuste adelantado por el Gobierno hasta alcanzar las metas que buscan los acreedores y que son el sueño de Maduro. A saber, desvalorización de la fuerza de trabajo como resultado de descargar el peso de la crisis en sus bolsillos, cuya mejor evidencia nos la brinda el Seniat; mantener la capacidad de crédito de la República mientras se honran los compromisos con los acreedores y se subastan riquezas nacionales inconmensurables. Así, el asunto de las luchas por la defensa del salario resultan de principios frente a cualquier salida a la crisis venezolana.
Dr. Carlos Hermoso
Caracas, 31 de octubre de 2016
lunes, 8 de agosto de 2016
Sobre derechas e izquierdas en la era del chavismo
A propósito de un “debate” acerca de la izquierda y la derecha opositora vale la pena decir algunas cosas. El enredo que presentan quienes integran Marea Socialista para definir tales categorías o calificaciones resulta emblemático.
Bien hizo Marx en su oportunidad al separarse de tal asunción. Luego de dejar de ser hegeliano de izquierda nunca más se asumió como tal, sino como socialista científico y comunista. Su lucha se centró en el cambio revolucionario de las relaciones sociales de producción y cambio imperantes.
Y es que tal categoría, la de izquierda, tiene una historia que hay que ver en su esencia, cosa que no quieren asumir quienes lideran a esa organización, derivada del oficialismo. Lo señalan en su escrito cuando afirman que: “Nosotros, Marea Socialista, no partimos de ninguna valoración esencialista u ontológica a partir de la adscripción de derecha o de izquierda de personas, partidos o gobiernos”. Por el contrario, a nuestro juicio es fundamental ver las cosas en su esencia para poder ubicar la semántica concreta de las categorías en cuestión, sobre todo en esta etapa de la modernidad y más particularmente en la Venezuela actual.
Además, en virtud de que buena parte del discurso chavista se centra en descalificar a la oposición tildándola de “derecha”, este asunto en su esencia adquiere relevancia. Por un lado, es cierto que factores opositores, aún asumiéndose como de centro izquierda, progresistas, entre otros adjetivos que los separan del pensamiento derechista, difícilmente pueden quitarse el talante de marras, sobre todo cuando expresan su idioma en materia económica. Pero también es verdad que sectores chavistas se asumen como de izquierda sin percatarse que chavismo es derecha en su esencia, aunque con fraseología, más que de izquierda, revolucionaria. Solo fraseología.
El adjetivo izquierda o derecha tiene una historia, más larga que aquello de progresismo. No les bastó a los jacobinos sentarse en el ala izquierda de la Asamblea Nacional de la recién fundada república francesa. A partir de allí la expresión izquierda supone una posición política de identificación con las clases trabajadoras, con el anticlericalismo, el enfrentamiento a la aristocracia y en general al antiguo régimen. No necesariamente supone identificación con el socialismo. Luego, en esta etapa de la modernidad, la palabra izquierda ha tenido contenidos en su semántica que termina por ser un tanto polisémico el término. Ser de izquierda en estos tiempos resulta difuso. Apoyándonos en el célebre escritor portugués José Saramago, quien se asumió comunista hasta su último aliento, la cosa es lapidaria: “Antes nos gustaba decir que la derecha era estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda”. ¡Dura pero cierta la expresión!
Y es que en estos tiempos de adocenamiento de las ideas es muy fácil ser de izquierda. En medio o como resultado de una ofensiva ideológica de la oligarquía financiera brutal, con una base material que lo permite y experiencias como las que se viven en Venezuela, eso de izquierda resulta algo realmente difuso. Mucha de la izquierda moderna se identifica con cuestiones populares en abstracto, pero para nada le hinca el diente a la crítica de la dogmática económica. Reconocen. Por ejemplo, muchos izquierdistas que reivindican a Chávez, aunque no a Maduro, “entienden” y defienden la necesidad de una política de ajustes dadas las distorsiones macroeconómicas. Es más, levantan ideas programáticas que apenas se quedan en alguna que otra política pública. Para nada son radicales en materia programática. Reivindican el derecho a la diversidad sexual pero para nada asumen la lucha por el cambio de las relaciones de producción y cambio imperantes.
Siguiendo a Saramago, “ya no hay Gobiernos socialistas, aunque se llamen así los partidos que están en el poder”. Es el caso que nos ocupa. Pero la cosa se hace más clara de cara a eso de la derecha cuando nos dice: “Mire, el fracaso de las izquierdas se ve en lo siguiente: la derecha, cuando por motivos de estrategia política se va al centro... pues, no por eso deja de ser derecha. Y no engaña a nadie. Pero cuando la izquierda se va al centro deja de ser izquierda. Ese es el problema. Si la izquierda se va al centro, en nombre de una política supuestamente necesaria en un momento determinado argumentando que los tiempos no marchan hacia la radicalización —siempre hay una excusa para eso—, entonces la izquierda se va al centro, y a partir de ese momento se desmiembra, pierde identidad. La derecha no pierde nunca su identidad. La izquierda puede perderla fácilmente”. Más en la historia reciente venezolana, cuando en realidad el chavismo nunca lo fue. Siempre fue derecha disfrazada de izquierda, socialista, revolucionaria… Su calificativo más ajustado es el de revisionista!: socialista de palabra, pero solo eso.
Si en esta etapa entendemos por derecha a quienes asumen el irracionalismo como filosofía política, recreación posmo mediante, el liberalismo como política económica y el conservadurismo cultural como base de la superestructura ideológica a ser implantada como dominante, la cosa se pone en su justo lugar. Muchas variantes se han realizado al respecto. Hoy día juega mucho la posición derechista articulada a la xenofobia, el ultranacionalismo y el patrioterismo, entre otras posturas, sobre todo en Europa. Pero también hay posiciones de derecha desde aquella farsa que se disfraza de izquierda para hacer lo de la derecha, contando con el irracionalismo como base política, o amparándose en una supuesta defensa de gobiernos “progresistas”.
Con todo, es histórico en Venezuela el hecho de que han sido muy contados los factores políticos que se asumen como de derecha, lo que no supone que dejen de serlo quienes se presentan de otra manera.
A su vez, el gobierno más de derecha que ha asumido la conducción de los destinos del país, no es otro que el vigente. Un mero discurso y una estética no bastan. El disfraz se fue nutriendo con muchos factores sobre todo en la arena internacional. Es por eso que este asunto de derechas e izquierdas, además de la confusión que ha creado la jerga chavista, sirve poco a las políticas para alcanzar el objetivo de desalojar del poder a quienes han conducido a este desastre. Más importancia tienen las definiciones programáticas alternativas, en favor del pueblo y la nación, o no, y la crítica al régimen desde su esencia real, que el ropaje que se ponen muchos como de izquierda, centro izquierda u otro matiz para separarse de la derecha. Algunos, que se asumen de izquierda, no ubican siquiera, por ejemplo, que el principal creador de este engendro político, el líder del llamado proceso, es también el responsable individual del desastre. Lo hereda Maduro y, fiel al legado, lo profundiza. Agotados los dólares, llevada a su máxima expresión la corrupción, sobreviene su drama. Y el del pueblo. En vez de ser radicales en el análisis y las definiciones políticas, se quedan en la superficie y son víctimas del chantaje y la fraseología.
A su vez, el Gobierno más de derecha que ha asumido la conducción de los destinos del país, no es otro que el vigente. Un mero discurso y una estética no bastan. El disfraz se fue nutriendo con muchos factores sobre todo en la arena internacional. Es por eso que este asunto de derechas e izquierdas, además de la confusión que ha creado la jerga chavista, sirve poco a las políticas para alcanzar el objetivo de desalojar del poder a quienes han conducido a este desastre. Más importancia tienen las definiciones programáticas alternativas, en favor del pueblo y la nación, o no, y la crítica al régimen desde su esencia real, que el ropaje que se ponen muchos como de izquierda, centro izquierda u otro matiz para "separarse" de la derecha. Algunos que se asumen de izquierda no ubican siquiera, por ejemplo, que el principal creador de este engendro político, el líder del llamado proceso, es también el responsable individual del desastre. Lo hereda Maduro y, fiel al legado, lo profundiza. Agotados los dólares, llevada a su máxima expresión la corrupción, sobreviene su drama y el del pueblo. En vez de ser radicales en el análisis y las definiciones políticas, se quedan en la superficie y son víctimas del chantaje y la fraseología.
Además, el chavismo, contrastando con las determinaciones anteriores, no es otra cosa que un régimen que se sustenta en el irracionalismo recreando las figuras de la independencia, comenzando por Simón Bolívar, de la lucha guerrillera venezolana y de América Latina, así como las luchas de liberación nacional y el socialismo, contando con la experiencia cubana como paradigma bandera. También es posmoderno! Irracionalismo posmo. Si no, veamos la Ley orgánica educación y el proyecto de Ley de universidades donde se igualan los saberes. Los saberes científicos y religiosos en el mismo plano. Entre otras menudencias.
Pero, siendo la política económica adelantada de indudable naturaleza liberal —sobre todo en la última etapa, dada la caída de los precios del crudo—, lo derechista lo desborda. La guinda es la militarización extrema de la economía, bajo el argumento de que estamos bajo una guerra económica, mentira a ser repetida hasta la saturación para esconder la esencia de su política erosiva y en favor de la oligarquía financiera. Más de derecha no se puede ser.
Publicado en Efecto Cocuyo
Bien hizo Marx en su oportunidad al separarse de tal asunción. Luego de dejar de ser hegeliano de izquierda nunca más se asumió como tal, sino como socialista científico y comunista. Su lucha se centró en el cambio revolucionario de las relaciones sociales de producción y cambio imperantes.
Y es que tal categoría, la de izquierda, tiene una historia que hay que ver en su esencia, cosa que no quieren asumir quienes lideran a esa organización, derivada del oficialismo. Lo señalan en su escrito cuando afirman que: “Nosotros, Marea Socialista, no partimos de ninguna valoración esencialista u ontológica a partir de la adscripción de derecha o de izquierda de personas, partidos o gobiernos”. Por el contrario, a nuestro juicio es fundamental ver las cosas en su esencia para poder ubicar la semántica concreta de las categorías en cuestión, sobre todo en esta etapa de la modernidad y más particularmente en la Venezuela actual.
Además, en virtud de que buena parte del discurso chavista se centra en descalificar a la oposición tildándola de “derecha”, este asunto en su esencia adquiere relevancia. Por un lado, es cierto que factores opositores, aún asumiéndose como de centro izquierda, progresistas, entre otros adjetivos que los separan del pensamiento derechista, difícilmente pueden quitarse el talante de marras, sobre todo cuando expresan su idioma en materia económica. Pero también es verdad que sectores chavistas se asumen como de izquierda sin percatarse que chavismo es derecha en su esencia, aunque con fraseología, más que de izquierda, revolucionaria. Solo fraseología.
El adjetivo izquierda o derecha tiene una historia, más larga que aquello de progresismo. No les bastó a los jacobinos sentarse en el ala izquierda de la Asamblea Nacional de la recién fundada república francesa. A partir de allí la expresión izquierda supone una posición política de identificación con las clases trabajadoras, con el anticlericalismo, el enfrentamiento a la aristocracia y en general al antiguo régimen. No necesariamente supone identificación con el socialismo. Luego, en esta etapa de la modernidad, la palabra izquierda ha tenido contenidos en su semántica que termina por ser un tanto polisémico el término. Ser de izquierda en estos tiempos resulta difuso. Apoyándonos en el célebre escritor portugués José Saramago, quien se asumió comunista hasta su último aliento, la cosa es lapidaria: “Antes nos gustaba decir que la derecha era estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda”. ¡Dura pero cierta la expresión!
Y es que en estos tiempos de adocenamiento de las ideas es muy fácil ser de izquierda. En medio o como resultado de una ofensiva ideológica de la oligarquía financiera brutal, con una base material que lo permite y experiencias como las que se viven en Venezuela, eso de izquierda resulta algo realmente difuso. Mucha de la izquierda moderna se identifica con cuestiones populares en abstracto, pero para nada le hinca el diente a la crítica de la dogmática económica. Reconocen. Por ejemplo, muchos izquierdistas que reivindican a Chávez, aunque no a Maduro, “entienden” y defienden la necesidad de una política de ajustes dadas las distorsiones macroeconómicas. Es más, levantan ideas programáticas que apenas se quedan en alguna que otra política pública. Para nada son radicales en materia programática. Reivindican el derecho a la diversidad sexual pero para nada asumen la lucha por el cambio de las relaciones de producción y cambio imperantes.
Siguiendo a Saramago, “ya no hay Gobiernos socialistas, aunque se llamen así los partidos que están en el poder”. Es el caso que nos ocupa. Pero la cosa se hace más clara de cara a eso de la derecha cuando nos dice: “Mire, el fracaso de las izquierdas se ve en lo siguiente: la derecha, cuando por motivos de estrategia política se va al centro... pues, no por eso deja de ser derecha. Y no engaña a nadie. Pero cuando la izquierda se va al centro deja de ser izquierda. Ese es el problema. Si la izquierda se va al centro, en nombre de una política supuestamente necesaria en un momento determinado argumentando que los tiempos no marchan hacia la radicalización —siempre hay una excusa para eso—, entonces la izquierda se va al centro, y a partir de ese momento se desmiembra, pierde identidad. La derecha no pierde nunca su identidad. La izquierda puede perderla fácilmente”. Más en la historia reciente venezolana, cuando en realidad el chavismo nunca lo fue. Siempre fue derecha disfrazada de izquierda, socialista, revolucionaria… Su calificativo más ajustado es el de revisionista!: socialista de palabra, pero solo eso.
Si en esta etapa entendemos por derecha a quienes asumen el irracionalismo como filosofía política, recreación posmo mediante, el liberalismo como política económica y el conservadurismo cultural como base de la superestructura ideológica a ser implantada como dominante, la cosa se pone en su justo lugar. Muchas variantes se han realizado al respecto. Hoy día juega mucho la posición derechista articulada a la xenofobia, el ultranacionalismo y el patrioterismo, entre otras posturas, sobre todo en Europa. Pero también hay posiciones de derecha desde aquella farsa que se disfraza de izquierda para hacer lo de la derecha, contando con el irracionalismo como base política, o amparándose en una supuesta defensa de gobiernos “progresistas”.
Con todo, es histórico en Venezuela el hecho de que han sido muy contados los factores políticos que se asumen como de derecha, lo que no supone que dejen de serlo quienes se presentan de otra manera.
A su vez, el gobierno más de derecha que ha asumido la conducción de los destinos del país, no es otro que el vigente. Un mero discurso y una estética no bastan. El disfraz se fue nutriendo con muchos factores sobre todo en la arena internacional. Es por eso que este asunto de derechas e izquierdas, además de la confusión que ha creado la jerga chavista, sirve poco a las políticas para alcanzar el objetivo de desalojar del poder a quienes han conducido a este desastre. Más importancia tienen las definiciones programáticas alternativas, en favor del pueblo y la nación, o no, y la crítica al régimen desde su esencia real, que el ropaje que se ponen muchos como de izquierda, centro izquierda u otro matiz para separarse de la derecha. Algunos, que se asumen de izquierda, no ubican siquiera, por ejemplo, que el principal creador de este engendro político, el líder del llamado proceso, es también el responsable individual del desastre. Lo hereda Maduro y, fiel al legado, lo profundiza. Agotados los dólares, llevada a su máxima expresión la corrupción, sobreviene su drama. Y el del pueblo. En vez de ser radicales en el análisis y las definiciones políticas, se quedan en la superficie y son víctimas del chantaje y la fraseología.
A su vez, el Gobierno más de derecha que ha asumido la conducción de los destinos del país, no es otro que el vigente. Un mero discurso y una estética no bastan. El disfraz se fue nutriendo con muchos factores sobre todo en la arena internacional. Es por eso que este asunto de derechas e izquierdas, además de la confusión que ha creado la jerga chavista, sirve poco a las políticas para alcanzar el objetivo de desalojar del poder a quienes han conducido a este desastre. Más importancia tienen las definiciones programáticas alternativas, en favor del pueblo y la nación, o no, y la crítica al régimen desde su esencia real, que el ropaje que se ponen muchos como de izquierda, centro izquierda u otro matiz para "separarse" de la derecha. Algunos que se asumen de izquierda no ubican siquiera, por ejemplo, que el principal creador de este engendro político, el líder del llamado proceso, es también el responsable individual del desastre. Lo hereda Maduro y, fiel al legado, lo profundiza. Agotados los dólares, llevada a su máxima expresión la corrupción, sobreviene su drama y el del pueblo. En vez de ser radicales en el análisis y las definiciones políticas, se quedan en la superficie y son víctimas del chantaje y la fraseología.
Además, el chavismo, contrastando con las determinaciones anteriores, no es otra cosa que un régimen que se sustenta en el irracionalismo recreando las figuras de la independencia, comenzando por Simón Bolívar, de la lucha guerrillera venezolana y de América Latina, así como las luchas de liberación nacional y el socialismo, contando con la experiencia cubana como paradigma bandera. También es posmoderno! Irracionalismo posmo. Si no, veamos la Ley orgánica educación y el proyecto de Ley de universidades donde se igualan los saberes. Los saberes científicos y religiosos en el mismo plano. Entre otras menudencias.
Pero, siendo la política económica adelantada de indudable naturaleza liberal —sobre todo en la última etapa, dada la caída de los precios del crudo—, lo derechista lo desborda. La guinda es la militarización extrema de la economía, bajo el argumento de que estamos bajo una guerra económica, mentira a ser repetida hasta la saturación para esconder la esencia de su política erosiva y en favor de la oligarquía financiera. Más de derecha no se puede ser.
Publicado en Efecto Cocuyo
La fuerza de la ley del valor contra la fuerza militar
Aristóteles deja servida la mesa para abordar el problema del valor de las mercancías, junto a una interrogante: ¿qué hace que dos mercancías distintas se igualen? Está claro el pensador heleno en que “la forma-dinero de la mercancía no hace más que desarrollar la forma simple del valor, o lo que es lo mismo, la expresión del valor de una mercancía en otra cualquiera”, afirma Marx. Cosas cualitativamente diferentes se hacen equivalentes mediante el dinero. Pero el filósofo no logra establecer cuál es la sustancia que permite la relación de igualdad. Sin embargo, las cosas se igualan. Su fuerza, en la sociedad capitalista, no conoce límites. A la fuerza material que representa el intercambio de equivalentes, se le une la propia que representa el egoísmo que dimana de las relaciones sociales basadas en la producción y realización de plusvalía.
Los fundadores de la economía política, de la ciencia económica —Adam Smith y David Ricardo—, desarrollan la teoría del valor-trabajo siguiendo la sentencia de William Petty según la cual el trabajo es el padre de la riqueza, y la tierra, su madre. Con ello, dan una respuesta general a la pregunta del genio griego. Lo que iguala dos mercancías cualitativamente distintas es el trabajo. Se despeja así el camino para comprender el valor de las mercancías, su precio y sus variaciones. A pesar de las inconsecuencias de Smith y Ricardo, la teoría del valor-trabajo se eleva a su máxima expresión científica, con Marx. El tiempo de trabajo objetivado en cada mercancía determina el valor de cambio, y por ello la equivalencia está sujeta a esa magnitud en cada mercancía y se convierte en un asunto social que expresa una fuerza inconmensurable cuyo comportamiento se hace concreto.
La equivalencia se hace inexorable. La ley puede ser burlada durante un tiempo. Así como un cuerpo impulsado por un adminículo propulsor puede burlar la ley de la gravedad durante un tiempo —mientras esté a una distancia bajo la fuerza de atracción de un cuerpo celeste determinado—, de igual manera, un conjunto de medidas gubernamentales puede burlar la ley del valor durante un tiempo, el que dure la energía que supone tales medidas. Pero, pasado cierto tiempo de recomposición, emerge la fuerza de la ley afianzada por el espíritu de la ganancia a costa del dolor de los otros, sobre todo de los más necesitados.
Dos mercancías, frente a frente, con el mismo valor de uso —esto es, cualitativamente iguales, ya que satisfacen la misma necesidad— expresarán en el competitivo mercado diferencias cuantitativas en caso de que presenten distinto tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Esto explica la mayor competitividad asiática frente a la propia en los países que mantenían la hegemonía manufacturera. Se ha expresado en el desplazamiento de EEUU de la primacía mundial en la materia. Se expresa también en la afluencia de capitales de las grandes potencias imperialistas hacia China, en busca de una mayor cuota de ganancia frente a su alicaído comportamiento en las economías más desarrolladas hasta entonces. Menos valor y calidad similar, al menos. Menor precio por el mismo producto. Eso hace a un país más competitivo que otro.
En las circunstancias actuales la cosa luce muy sencilla. China se presenta como la nación más competitiva precisamente porque sus mercancías son las que cuentan con menos de este fluido. El capital variable —lo que invierte el capitalista en fuerza de trabajo, que es lo que arroja nuevo valor— es mucho menor que el similar en países de tradición industriosa. De allí que en ese país asiático —pese a aumentar la inversión en medios de producción, maquinarias y equipos, materias primas y materias auxiliares— la cuota de ganancia es mayor que la imperante en EEUU y Europa, por brindar una fuerza de trabajo más barata, disciplinada y reproducida en condiciones relativamente ventajosas.
Sucede que el Gobierno chavista encontró en China su mejor aliado estratégico. De allí que esa integración se convierte, a la postre, en el beso de la viuda negra. La dependencia de China en varias e importantes materias alcanza escalas ni siquiera logradas en tiempos de dependencia casi exclusiva del imperialismo estadounidense, que dejó toda una cultura pitiyanqui. Sumemos que tal alianza motiva un endeudamiento público que a la larga impone políticas como las que realiza el Gobierno actualmente contra el pueblo para garantizar el pago de la deuda pública —que según fuentes muy calificadas alcanza la mitad del presupuesto ordinario de 2016—. Es así cómo resultó un crimen contra la producción nacional integrarse con economías más competitivas, sobre todo a la china, aunque Mercosur nos hizo lo propio en su escala regional.
Pero resulta un crimen mayor una política cambiaría que favorece aún más al producto importado. A la larga, se impone la terca fuerza de la ley del valor y junto a ella la ética burguesa legitimada a más no poder por el economista: el precio más elevado es el del producto más escaso. Entretanto, los importadores —en una constante práctica para destruir la economía nativa— obtienen jugosas ganancias, poniendo sus ansias de riqueza por encima de los intereses del país. Y, por supuesto, contando con el interés y la complicidad de especuladores y pillos de la estructura burocrática del Estado que facilitan los negociados.
Importar bienes a dólar preferencial sobrevaluado conduce de manera clara a una gran distorsión. La mercancía se vende a un precio muy por debajo de su valor en el mercado interno. Pero se paga con dólares en su valor a los acreedores. El poder adquisitivo del dólar en el mercado internacional está sustentado en la propia economía mundial. Mientras, el dólar fijado de manera arbitraria, en nuestro caso, lo sobrevalúa. Medida que —usada de manera racional y guiada por el interés nacional— bien pudiese servir para un mayor desarrollo, importando medios de producción, por ejemplo, para hacer más competitivo el producto nacional, con un acertado control del mercado interno. Pero, en el caso que nos ocupa, se usa en función de hacer más competitivo al producto importado frente al nativo.
En los últimos tiempos, es la deuda pública, externa e interna, la que presiona para que los ajustes que adelanta el Gobierno conduzcan a la aproximación de los precios de muchos artículos a su valor de cambio, con el beneplácito de sectores diversos de la oligarquía y de sus agentes ideológicos y políticos. Las hortalizas resultan emblemáticas en este sentido. Otros rubros, por su parte —producto de la inflación y la consiguiente presión de demanda—, alcanzan precios muy por encima de su valor. Es así como el precio de muchos bienes alcanzan precios muy por encima del propio en otros países. Por ejemplo, el precio de un kilo de azúcar en EEUU se sitúa cerca de un dólar y en el mercado venezolano se ubica hasta en 4 mil bolívares, esto es, 4 dólares con base en el mercado paralelo.
La única mercancía cuyo precio no se aproxima a su valor es la fuerza de trabajo. El proceso de ajuste ha conducido a una caída de su precio muy por debajo de las condiciones de reproducción del obrero y de su familia. Recordemos que el valor de esa mercancía (el trabajo) se configura con base en el tiempo de trabajo socialmente necesario que requiere la producción de los bienes y servicios necesarios para que el obrero se reproduzca, como nivel mínimo: adquirir los productos de su dieta y pagar algunos servicios. Pero, sin duda, los más afectados son los trabajadores de los servicios, de la administración pública y de sectores de los servicios básicos de la población en general. El conjunto de los trabajadores de la sociedad venezolana sufre las consecuencias de una política gubernamental que busca a toda costa pagar la deuda. Por lo que la rebaja del gasto social alcanza su máxima expresión. La inflación logra camuflar esta estrategia junto a la farsa de la tal “guerra económica”.
Frente a esta ofensiva contra la familia venezolana, la Confederación de Trabajadores de Venezuela rechazó contundentemente la resolución Nº 9855 del Ministerio del Trabajo, de fecha 22 de julio del corriente, pues significa una brutal militarización de la actividad productiva nacional, sobre todo la referida a rubros alimenticios y en especial en lo atinente a las relaciones laborales, y una expresa violación de derechos constitucionales (arts. 87 y 89) y legales referidos al derecho al trabajo, contraviniendo flagrantemente principios y fundamentos de convenios internacionales referidos al trabajo forzoso (nº 29), a la contratación colectiva y a la libertad sindical (n 87 y 98).
¿Será útil la fuerza militar?
Así, mientras sufrimos en Venezuela una variación de precios al alza que empobrece cada vez más a la gran mayoría de ciudadanos, en otros países, al contrario, la tendencia es a la baja. Inflación, especulación y caída de la producción hacen que el alza de precios escale niveles cada vez más elevados. ¿La respuesta del Gobierno?: ¡militarizar!
¿Qué fuerza pueden tener los militares para resolver nada? Las armas parecen no frenar nada. Toda esa fuerza militar es nula frente a las leyes que rigen la producción y el cambio entre productores independientes. El terror puede durar un tiempo. Pero no es una fuerza económica capaz de hacer nada, así como nula es la fuerza militar frente a la descomposición del régimen y el rechazo a una forma de dominación que en algún momento se fortaleció tras la mascarada “socialista”.
Si recordamos la tradición de corrupción que han impuesto a la fuerza armada muchos de sus integrantes, es de esperarse que el fenómeno de la corrupción, en el mejor de los casos, sea mejor administrado pero en absoluto superado. Es de todos conocido que las más gananciosas cadenas de contrabando —como la de la gasolina— están en manos de los militares.
Hay cuestiones de alto tronío en la designación de Padrino López como superministro y la militarización que supone. La asunción de la responsabilidad del asunto más serio de la crisis venezolana por parte de la primera figura militar es multipropósito. Es un claro mensaje a la nación. Muy claro queda establecido que el hundimiento de la nave chavista los arrastrará a todos, en caso de que fracasen. Flotar significará continuar el mismo reparto del botín.
Pero también es un mensaje al poder oligárquico, al Fondo Monetario Internacional, a las bancas china, europea y estadounidense. Confianza brindan los militares al mundo de que su unidad es la concentración de la fuerza represiva contra la reacción popular. La protesta frente a la carestía y la escasez los encuentra unificados, adiestrados y con las herramientas y técnicas que demanda la represión urbana.
Por último, es un claro mensaje de la cúpula militar unificada y usufructuaria a cierta oposición amedrentada. La represión —una de cuyas expresiones más acabadas la resumen los presos políticos— encuentra en la circunstancia actual mucha pertinencia por parte de un régimen que, estando moribundo, busca superar el más serio escollo con la fuerza de las armas y la represión. Mensaje que encuentra entre los temerosos, uno de sus interlocutores.
A esta unidad cívico-militar no les basta haber llevado al país a una catástrofe de grandes proporciones que dejará sus secuelas más dramáticas en una generación infantil desnutrida. Ahora negocian para mantenerse bajo el argumento de que resumen la capacidad represiva y coercitiva para superar el escollo por la fuerza militar. Buen papel juega la fuerza militar contra el pueblo. La represión y el clima que de él dimana son un factor de contención. Pero ya vendrán tiempos en los cuales la gente, viendo que nada tiene que perder, superará las barreras que colocan para contener el descontento.
Para que la fuerza material que supone medidas gubernamentales positivas tenga una mayor duración, debería ser acompañada de otras determinaciones. De una parte, la fuerza moral y ética en correspondencia. Asimismo, un orden jurídico sancionatorio de delitos que buscan obtener beneficios particulares. Pero, sobre todo, de medidas que permitan la recuperación del aparato productivo. Implica, claro está, la adopción de una nueva política económica de carácter nacional y popular. Una política que obligue al sistema bancario a canalizar el ahorro social hacia la inversión productiva, lo que supone una tasa de interés baja, una cartera basada en el crédito productivo, entre otros aspectos. Una política tributaria que permita la elevación de la capacidad de demanda ciudadana. Una política fiscal progresiva. Que paguen más los que más beneficios obtienen, sobre todo de quienes los obtienen de la explotación de los trabajadores, de la usura bancaria y del comercio. Y, fundamentalmente, una nueva política con el sector externo de la economía que permita revisar procesos de integración que lesionan la economía nacional. Una política de importación de medios de producción, junto a una acelerada sustitución de importaciones sobre todo en el sector agrícola.
En el caso venezolano, tales condiciones son inexistentes. De una parte, por la esencia ética de las relaciones de producción y de cambio imperantes en la sociedad venezolana. Pero a ellas se unen, de manera potenciada, las propias del proceso de descomposición del régimen chavista. La corrupción de los de arriba se drena hacia abajo en el sistema del bachaqueo amparado en los cuerpos policiales y militares, por ejemplo. Lo que resulta un emblema de la putrefacción encuentra en la venta de las bolsas de comida distribuidas por integrantes de los Clap a precios de bachaqueo, una nueva expresión bastante creativa.
La militarización de la economía por parte del chavismo resulta una muestra más del talante fascio del régimen. Sin embargo, por la destrucción del aparato productivo, por el freno al desarrollo de las fuerzas productivas que supone la desindustrialización, se queda en el simple gorilato. El fascismo supone una planta industrial capaz de disputarse la hegemonía mundial. Por lo que esta experiencia venezolana refleja, estamos apenas ante una caricatura del imperialismo nazi. Lo imita mediocremente. Lo que nos hace recordar una vez más aquello de que la historia se repite… esta vez como comedia, como farsa.
Foto: por Jacobo García, Associated Press
Publicado en Efecto Cocuyo
Los fundadores de la economía política, de la ciencia económica —Adam Smith y David Ricardo—, desarrollan la teoría del valor-trabajo siguiendo la sentencia de William Petty según la cual el trabajo es el padre de la riqueza, y la tierra, su madre. Con ello, dan una respuesta general a la pregunta del genio griego. Lo que iguala dos mercancías cualitativamente distintas es el trabajo. Se despeja así el camino para comprender el valor de las mercancías, su precio y sus variaciones. A pesar de las inconsecuencias de Smith y Ricardo, la teoría del valor-trabajo se eleva a su máxima expresión científica, con Marx. El tiempo de trabajo objetivado en cada mercancía determina el valor de cambio, y por ello la equivalencia está sujeta a esa magnitud en cada mercancía y se convierte en un asunto social que expresa una fuerza inconmensurable cuyo comportamiento se hace concreto.
La equivalencia se hace inexorable. La ley puede ser burlada durante un tiempo. Así como un cuerpo impulsado por un adminículo propulsor puede burlar la ley de la gravedad durante un tiempo —mientras esté a una distancia bajo la fuerza de atracción de un cuerpo celeste determinado—, de igual manera, un conjunto de medidas gubernamentales puede burlar la ley del valor durante un tiempo, el que dure la energía que supone tales medidas. Pero, pasado cierto tiempo de recomposición, emerge la fuerza de la ley afianzada por el espíritu de la ganancia a costa del dolor de los otros, sobre todo de los más necesitados.
Dos mercancías, frente a frente, con el mismo valor de uso —esto es, cualitativamente iguales, ya que satisfacen la misma necesidad— expresarán en el competitivo mercado diferencias cuantitativas en caso de que presenten distinto tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Esto explica la mayor competitividad asiática frente a la propia en los países que mantenían la hegemonía manufacturera. Se ha expresado en el desplazamiento de EEUU de la primacía mundial en la materia. Se expresa también en la afluencia de capitales de las grandes potencias imperialistas hacia China, en busca de una mayor cuota de ganancia frente a su alicaído comportamiento en las economías más desarrolladas hasta entonces. Menos valor y calidad similar, al menos. Menor precio por el mismo producto. Eso hace a un país más competitivo que otro.
En las circunstancias actuales la cosa luce muy sencilla. China se presenta como la nación más competitiva precisamente porque sus mercancías son las que cuentan con menos de este fluido. El capital variable —lo que invierte el capitalista en fuerza de trabajo, que es lo que arroja nuevo valor— es mucho menor que el similar en países de tradición industriosa. De allí que en ese país asiático —pese a aumentar la inversión en medios de producción, maquinarias y equipos, materias primas y materias auxiliares— la cuota de ganancia es mayor que la imperante en EEUU y Europa, por brindar una fuerza de trabajo más barata, disciplinada y reproducida en condiciones relativamente ventajosas.
Sucede que el Gobierno chavista encontró en China su mejor aliado estratégico. De allí que esa integración se convierte, a la postre, en el beso de la viuda negra. La dependencia de China en varias e importantes materias alcanza escalas ni siquiera logradas en tiempos de dependencia casi exclusiva del imperialismo estadounidense, que dejó toda una cultura pitiyanqui. Sumemos que tal alianza motiva un endeudamiento público que a la larga impone políticas como las que realiza el Gobierno actualmente contra el pueblo para garantizar el pago de la deuda pública —que según fuentes muy calificadas alcanza la mitad del presupuesto ordinario de 2016—. Es así cómo resultó un crimen contra la producción nacional integrarse con economías más competitivas, sobre todo a la china, aunque Mercosur nos hizo lo propio en su escala regional.
Pero resulta un crimen mayor una política cambiaría que favorece aún más al producto importado. A la larga, se impone la terca fuerza de la ley del valor y junto a ella la ética burguesa legitimada a más no poder por el economista: el precio más elevado es el del producto más escaso. Entretanto, los importadores —en una constante práctica para destruir la economía nativa— obtienen jugosas ganancias, poniendo sus ansias de riqueza por encima de los intereses del país. Y, por supuesto, contando con el interés y la complicidad de especuladores y pillos de la estructura burocrática del Estado que facilitan los negociados.
Importar bienes a dólar preferencial sobrevaluado conduce de manera clara a una gran distorsión. La mercancía se vende a un precio muy por debajo de su valor en el mercado interno. Pero se paga con dólares en su valor a los acreedores. El poder adquisitivo del dólar en el mercado internacional está sustentado en la propia economía mundial. Mientras, el dólar fijado de manera arbitraria, en nuestro caso, lo sobrevalúa. Medida que —usada de manera racional y guiada por el interés nacional— bien pudiese servir para un mayor desarrollo, importando medios de producción, por ejemplo, para hacer más competitivo el producto nacional, con un acertado control del mercado interno. Pero, en el caso que nos ocupa, se usa en función de hacer más competitivo al producto importado frente al nativo.
En los últimos tiempos, es la deuda pública, externa e interna, la que presiona para que los ajustes que adelanta el Gobierno conduzcan a la aproximación de los precios de muchos artículos a su valor de cambio, con el beneplácito de sectores diversos de la oligarquía y de sus agentes ideológicos y políticos. Las hortalizas resultan emblemáticas en este sentido. Otros rubros, por su parte —producto de la inflación y la consiguiente presión de demanda—, alcanzan precios muy por encima de su valor. Es así como el precio de muchos bienes alcanzan precios muy por encima del propio en otros países. Por ejemplo, el precio de un kilo de azúcar en EEUU se sitúa cerca de un dólar y en el mercado venezolano se ubica hasta en 4 mil bolívares, esto es, 4 dólares con base en el mercado paralelo.
La única mercancía cuyo precio no se aproxima a su valor es la fuerza de trabajo. El proceso de ajuste ha conducido a una caída de su precio muy por debajo de las condiciones de reproducción del obrero y de su familia. Recordemos que el valor de esa mercancía (el trabajo) se configura con base en el tiempo de trabajo socialmente necesario que requiere la producción de los bienes y servicios necesarios para que el obrero se reproduzca, como nivel mínimo: adquirir los productos de su dieta y pagar algunos servicios. Pero, sin duda, los más afectados son los trabajadores de los servicios, de la administración pública y de sectores de los servicios básicos de la población en general. El conjunto de los trabajadores de la sociedad venezolana sufre las consecuencias de una política gubernamental que busca a toda costa pagar la deuda. Por lo que la rebaja del gasto social alcanza su máxima expresión. La inflación logra camuflar esta estrategia junto a la farsa de la tal “guerra económica”.
Frente a esta ofensiva contra la familia venezolana, la Confederación de Trabajadores de Venezuela rechazó contundentemente la resolución Nº 9855 del Ministerio del Trabajo, de fecha 22 de julio del corriente, pues significa una brutal militarización de la actividad productiva nacional, sobre todo la referida a rubros alimenticios y en especial en lo atinente a las relaciones laborales, y una expresa violación de derechos constitucionales (arts. 87 y 89) y legales referidos al derecho al trabajo, contraviniendo flagrantemente principios y fundamentos de convenios internacionales referidos al trabajo forzoso (nº 29), a la contratación colectiva y a la libertad sindical (n 87 y 98).
¿Será útil la fuerza militar?
Así, mientras sufrimos en Venezuela una variación de precios al alza que empobrece cada vez más a la gran mayoría de ciudadanos, en otros países, al contrario, la tendencia es a la baja. Inflación, especulación y caída de la producción hacen que el alza de precios escale niveles cada vez más elevados. ¿La respuesta del Gobierno?: ¡militarizar!
¿Qué fuerza pueden tener los militares para resolver nada? Las armas parecen no frenar nada. Toda esa fuerza militar es nula frente a las leyes que rigen la producción y el cambio entre productores independientes. El terror puede durar un tiempo. Pero no es una fuerza económica capaz de hacer nada, así como nula es la fuerza militar frente a la descomposición del régimen y el rechazo a una forma de dominación que en algún momento se fortaleció tras la mascarada “socialista”.
Si recordamos la tradición de corrupción que han impuesto a la fuerza armada muchos de sus integrantes, es de esperarse que el fenómeno de la corrupción, en el mejor de los casos, sea mejor administrado pero en absoluto superado. Es de todos conocido que las más gananciosas cadenas de contrabando —como la de la gasolina— están en manos de los militares.
Hay cuestiones de alto tronío en la designación de Padrino López como superministro y la militarización que supone. La asunción de la responsabilidad del asunto más serio de la crisis venezolana por parte de la primera figura militar es multipropósito. Es un claro mensaje a la nación. Muy claro queda establecido que el hundimiento de la nave chavista los arrastrará a todos, en caso de que fracasen. Flotar significará continuar el mismo reparto del botín.
Pero también es un mensaje al poder oligárquico, al Fondo Monetario Internacional, a las bancas china, europea y estadounidense. Confianza brindan los militares al mundo de que su unidad es la concentración de la fuerza represiva contra la reacción popular. La protesta frente a la carestía y la escasez los encuentra unificados, adiestrados y con las herramientas y técnicas que demanda la represión urbana.
Por último, es un claro mensaje de la cúpula militar unificada y usufructuaria a cierta oposición amedrentada. La represión —una de cuyas expresiones más acabadas la resumen los presos políticos— encuentra en la circunstancia actual mucha pertinencia por parte de un régimen que, estando moribundo, busca superar el más serio escollo con la fuerza de las armas y la represión. Mensaje que encuentra entre los temerosos, uno de sus interlocutores.
A esta unidad cívico-militar no les basta haber llevado al país a una catástrofe de grandes proporciones que dejará sus secuelas más dramáticas en una generación infantil desnutrida. Ahora negocian para mantenerse bajo el argumento de que resumen la capacidad represiva y coercitiva para superar el escollo por la fuerza militar. Buen papel juega la fuerza militar contra el pueblo. La represión y el clima que de él dimana son un factor de contención. Pero ya vendrán tiempos en los cuales la gente, viendo que nada tiene que perder, superará las barreras que colocan para contener el descontento.
Para que la fuerza material que supone medidas gubernamentales positivas tenga una mayor duración, debería ser acompañada de otras determinaciones. De una parte, la fuerza moral y ética en correspondencia. Asimismo, un orden jurídico sancionatorio de delitos que buscan obtener beneficios particulares. Pero, sobre todo, de medidas que permitan la recuperación del aparato productivo. Implica, claro está, la adopción de una nueva política económica de carácter nacional y popular. Una política que obligue al sistema bancario a canalizar el ahorro social hacia la inversión productiva, lo que supone una tasa de interés baja, una cartera basada en el crédito productivo, entre otros aspectos. Una política tributaria que permita la elevación de la capacidad de demanda ciudadana. Una política fiscal progresiva. Que paguen más los que más beneficios obtienen, sobre todo de quienes los obtienen de la explotación de los trabajadores, de la usura bancaria y del comercio. Y, fundamentalmente, una nueva política con el sector externo de la economía que permita revisar procesos de integración que lesionan la economía nacional. Una política de importación de medios de producción, junto a una acelerada sustitución de importaciones sobre todo en el sector agrícola.
En el caso venezolano, tales condiciones son inexistentes. De una parte, por la esencia ética de las relaciones de producción y de cambio imperantes en la sociedad venezolana. Pero a ellas se unen, de manera potenciada, las propias del proceso de descomposición del régimen chavista. La corrupción de los de arriba se drena hacia abajo en el sistema del bachaqueo amparado en los cuerpos policiales y militares, por ejemplo. Lo que resulta un emblema de la putrefacción encuentra en la venta de las bolsas de comida distribuidas por integrantes de los Clap a precios de bachaqueo, una nueva expresión bastante creativa.
La militarización de la economía por parte del chavismo resulta una muestra más del talante fascio del régimen. Sin embargo, por la destrucción del aparato productivo, por el freno al desarrollo de las fuerzas productivas que supone la desindustrialización, se queda en el simple gorilato. El fascismo supone una planta industrial capaz de disputarse la hegemonía mundial. Por lo que esta experiencia venezolana refleja, estamos apenas ante una caricatura del imperialismo nazi. Lo imita mediocremente. Lo que nos hace recordar una vez más aquello de que la historia se repite… esta vez como comedia, como farsa.
Foto: por Jacobo García, Associated Press
Publicado en Efecto Cocuyo
miércoles, 27 de julio de 2016
Venezuela ¿Cuál futuro?
Un economista amigo afirmó recientemente que la salida del atolladero que sufre Venezuela la encontraremos en un préstamo al Fondo Monetario Internacional (FMI), la dolarización del precio de la gasolina y otras menudencias helénicas. Jóvenes y viejos parecen ser los más perjudicados en Grecia con las medidas adoptadas a raíz del llamado rescate. Algo similar plantean quienes se asumen como “orientadores de una nueva política económica” para Venezuela.
Hartos del chavismo, estas ideas afianzan la incertidumbre en amplios sectores de la población sobre un futuro de Venezuela en manos de los factores hegemónicos de la oposición. La gran mayoría de venezolanos sin duda alguna pugnan por la salida de Maduro. Pero buena parte no guarda buenas opiniones sobre quienes se presentan como alternativa. Y es que estas ideas no crean confianza en la gente. En cualquier caso, en las actuales condiciones resulta un reto difícil la asunción de la dirección política del país, para cualquier opción opositora.
Ciertamente la crisis es profunda. Afecta todos los órdenes. La economía está devastada. Pero hay quienes apuestan a que el chavismo culmine su período, con o sin Maduro, precisamente por tratarse de una crisis tan grave. Parten de la consideración de que es indefectible aplicar medidas que afectarán a la gente, por lo que se deberá aplicar la represión. El régimen, en ese sentido, está mejor preparado para enfrentar la cada vez más generalizada respuesta popular ante el desastre. Se parte de la premisa de que los ajustes, siempre, en cualquier caso, afectarán a los más necesitados. Le temen pues a la respuesta popular. Pero, para nada, ofrecen un camino distinto para la superación de la crisis. Insisten, religiosamente, en que la gente deberá apretarse el cinturón, sin percatarse que ya la correa no da más.
El fatalismo en la materia, además, cuenta con tarifados que plantean una salida “consensuada”. Otros plantean al Gobierno “rectificaciones” en varias materias. Tesis que han sido propagadas por sectores aparentemente opositores aunque en realidad son agentes gubernamentales. En el mejor de los casos se trata de gente que ha perdido la voluntad política en favor de los pobres y el interés nacional. Que han sucumbido frente a la prepotencia chavista. Parece que el miedo los hace rehuir a la confrontación social, a desoír el clamor de la gente y su disposición a la lucha. O han aprendido a adaptarse, será.
En conjunto, estas consideraciones pudiesen explicar la tendencia política de factores opositores que no trabajan por una salida rápida., ni por una estrategia política que coloque en el descontento de las masas el centro de la estrategia, que ubique que el objetivo estratégico en las actuales circunstancias debe ser la salida de Maduro. Es más, aún hay tiempo para que el referendo revocatorio (RR) sea una realidad, para lo cual las masas deben ser las protagonistas del proceso. A eso muchos factores parecen temerle. Se prefiere la negociación. Algunos afirman que se trata de cambiar, cual moneda de libre circulación, RR por elecciones regionales. Todos, los de arriba, claro, salen ganando.
Sumemos que —por tratarse de una crisis que afecta las bases del sistema— los factores políticos que defienden las imperantes relaciones de producción y de cambio jerarquizan por salvar sus bases. Más se preocupan por impedir que la sociedad venezolana se encamine hacia un cambio histórico que marque el inicio del desarrollo diversificado y autónomo. Buscan, sí, preservar lo esencial de las relaciones imperantes —las de dependencia y sumisión frente a las grandes potencias—, así como la naturaleza de los nexos con el capital internacional. De allí parten las tesis y dogmas que permitirían la supervivencia, pero sobre las mismas bases que imperan actualmente.
¿Qué “modelo” fracasó?
Quienes indicamos —economistas, periodistas, políticos, entre otros, mucha gente en capacidad de difundir ideas desde esta perspectiva— parten de que lo que está en evidencia es el fracaso de un modelo. A renglón seguido, pasan a describir lo que a su juicio es esencial del tal modelo. Resaltan los asuntos de la propiedad, de las expropiaciones y la estatificación. Ideas que nada guardan relación con lo esencial, aunque estos asuntos ciertamente juegan un papel en el proceso erosivo que ha sufrido Venezuela. Por ejemplo, la estatificación y las expropiaciones, evidencia empírica adelante, contribuyeron con el proceso destructivo del aparato productivo. Pero no observan para nada lo esencial, esto es: la erosión se afincó principalmente en la escala de las importaciones de bienes que sustituyeron buena parte de la producción nativa. En este proceso, expropiar empresas y tierras para hacerlas improductivas, en diversa medida, contribuyó con el proceso destructivo.
Por eso resulta difícil ubicar un discurso coherente sobre el cuestionamiento al “modelo” imperante. En primer lugar porque nada tiene que ver el argumento con la realidad. Nada tiene que ver, por ejemplo, la política económica con medidas socialistas. Los controles aplicados en Venezuela no conducen, por ejemplo, al desarrollo. A los países socialistas se les criticó —con razón o sin ella— de tendencias autárquicas, no por su liberalización con el sector externo. La determinación del tipo de cambio para nada favorecía a los importadores, sino a la propendía a la utilización de las divisas en función de importar medios de producción o rubros no sustituibles en un plazo determinado, entre otros aspectos. De allí que se reduce el cuestionamiento a ideas que parecen dogmas, mentiras e ideología anticomunista.
Por eso nada dicen los economistas acerca de la liberalización con el sector externo de la economía. Nada dicen de los efectos perversos de la incorporación de Venezuela al Mercosur, de las relaciones liberales con China, entre otros ejemplos. Del artículo 301 de la Carta Magna que iguala el trato a los capitales nacionales y extranjeros. Nada dicen pues, acerca de la condición liberal de la política económica que requirió —era de suponerse— de los controles garantes de la realización de los bienes importados, sobre todo en materia de precios y del tipo de cambio. En definitiva, de una política que garantizó, desde 1989, destruir la economía mientras favorecía al sector importador como siempre ha sido en nuestra historia desde los tiempos de la colonia. Solo que ahora bajo el ropaje socialista.
Por eso, lo fundamental radica en la orientación general de sustituir producción nativa por importaciones cada vez más competitivas. Con ello, además de brindarles mercados a otras economías de las cuales nos hacemos cada vez más dependientes, profundizamos la condición monoproductora, afianzando el papel de Venezuela en la división internacional del trabajo como proveedor de materias primas, petróleo casi exclusivamente, al menos en esta última etapa.
El caso cubano
Desde la perspectiva de los apologetas del orden, este caso resulta emblemático. Más allá de las consideraciones ideológicas la historia de este país, resulta similar referido a la materia que nos ocupa. Espinoso el asunto, si tomamos en cuenta que el anticomunismo de estos tiempos, sobre todo en Venezuela, se escuda en el anticubanismo. Esto es, anticubanismo como antisocialismo, identificando el fracaso de un supuesto modelo al estilo cubano con el socialismo. En realidad, si reducimos la teoría de raigambre ricardiana en favor del capitalismo mundial a una división internacional del trabajo liberalizado y a favor de las economías más desarrolladas, decimos que es acertada la premisa. Nada que ver por cierto con las ideas del Che Guevara sobre la necesidad de diversificar el aparato productivo y sentar las bases de la revolucionarización del desarrollo de las fuerzas productivas materiales. En eso se parece este desastre con el de la economía cubana expresada en el llamado por ellos “período especial”.
Condenaron la economía cubana durante décadas a la especialización en cuatro rubros: azúcar, níquel, cítricos y pescados y mariscos, mientras importaban lo demás del llamado “campo socialista”, bajo la tesis de una tal “división socialista internacional del trabajo”. Ello condujo a la entrada de Cuba en el Consejo de Asistencia Económica Mutua (CAME) en 1972, instancia que condenó a los países del campo revisionista soviético a una mera especialización económica mientras la socialimperialista Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) mantenía el monopolio industrial. Los cubanos van a insistir en esta tesis con la jerarquía dada al turismo a partir del desastre que se produce con el derrumbe de la llamada URSS. Ahora plegada a los españoles y otros capitales, europeos principalmente, Cuba no sienta las bases de la industria sino de la especialización en turismo. Aunque las remesas se convierten en fuente de entrada de divisas superior a cualquier otro sector, incluyendo la “locomotora” de la economía, como designó un economista cubano al sector turístico.
En Venezuela se hizo lo propio, nos especializamos en la producción de petróleo, y con la renta, en buena medida, compramos lo que requeríamos en bienes finales y medios para reproducir lo poco que queda en pie del aparato productivo, a excepción del gran capital que entretanto ha centralizado capitales y medios como nunca. La derivación de esta tendencia es que, al caer los precios del crudo, caemos en desgracia. El apalancamiento de esta política se encuentra en la política económica de raigambre librecambista. Difícil de ser visto este asunto por gente especializada en la economía de marras.
¿Cuál salida?
Los economistas, al anunciar su programa, siempre hacen esa célebre declaración principista según la cual no se debe afectar a los más pobres, por lo que hay que contar con planes focalizados dirigidos a los más vulnerables. Cinismo que evidencia su esencia desde un primer momento. Afectará a los pobres aún más y alertan para que la cosa no llegue a extremos insostenibles.
Quienes deben pagar esta crisis, en el mejor de los casos, siempre de acuerdo a esta idea, son quienes usufructuaron el poder y destruyeron el futuro de los venezolanos. Para nada aluden a los grandes dueños de los medios de producción y de la gran banca. Parece ser, según esta perspectiva, que quienes administran los negocios de las clases dominantes son quienes deben de pagar la crisis, junto a los pobres y sectores medios, claro está. En esta oportunidad, si bien es cierto que estos administradores han trasegado riquezas inconmensurables a la oligarquía, se han quedado con una buena parte del botín, mayor que en etapas anteriores. En eso también han superado a los bipartidistas quienes también hicieron lo propio, pero —al decir de un alto dirigente de uno de los dos partidos hegemónicos— ellos “eran unos robagallinas” en comparación con el actual asalto a las arcas nacionales.
De manera religiosa se repite uno u otro dogma. Entre los más reiterados están: “hay que desmontar los controles”, “unificar el tipo de cambio”, “solicitar préstamo entre 40 y 50 mil millones de dólares al Fondo Monetario Internacional”; “cumplir con un programa de ajustes, exigidos por los acreedores, que será muy severo dados los desequilibrios”, “dolarización del precio de la gasolina y de sus derivados”. Y, sobre todo, ¡crear confianza! a los inversionistas. Claro, sin olvidar las consabidas “muestras de misericordia” con los más vulnerables. Este programa permitiría alcanzar los objetivos principales: superar los desequilibrios y distorsiones macroeconómicas, bajar inflación, reducir déficit fiscal, sincerar y unificar el tipo de cambio, entre otros. A partir de lo cual se alcanzaría la senda del crecimiento. Catecismo que no establece mayores diferencias entre crecimiento y desarrollo.
Junto a esto, según la receta, se deben crear las bases para la seguridad jurídica para crear confianza, sin “percatarse” de que ya eso existe en leyes como las del doble tributo, de protección y promoción de inversiones extranjeras, además de los consabidos artículos constitucionales. Los economistas que así plantean las cosas, no ubican que los capitales se mueven con base en el comportamiento de la cuota media de la ganancia y no por la fe.
Además de otras determinaciones como dimensión del mercado, estabilidad política, precio de la fuerza de trabajo, flexibilizaciones en materia laboral, entre otras y articuladas a lo anterior. Sumemos aquello del papel de Venezuela en la orquestación internacional una de cuyas especializaciones, si así puede llamarse, es la de ser comprador neto de bienes finales y no de productor. Con petróleo es como suficiente.
Muy poco dicen estas ideas programáticas, si así se pueden llamar, acerca del desarrollo diversificado. Menos de independencia y soberanía económica, lo que incluye el aspecto agroalimentario. Por eso no se establecen mayores consideraciones acerca de la política bancaria, fiscal y monetaria, salvo que serán de orientación restrictiva. En definitiva, se apuesta apenas a la inversión extranjera, al préstamo internacional, más específicamente del FMI, y al consiguiente paquete de ajustes. ¡Claro, no nos olvidemos de la atención de los menos favorecidos!
Las leyes del capitalismo son, como en toda ciencia, inexorables. Son objetivas. Esto es, son independientes de la voluntad de algún avisado. Por ejemplo, en la determinación del precio de las mercancías —y en el capitalismo todo tiende a ser mercancía—, la oferta y la demanda conducen a vaivenes temporales en torno del valor. Pero es la determinación del trabajo objetivado en cada mercancía lo que a la postre determinará su precio. Ello explica, en estos tiempos, la solidez del oro y el bitcoin, principal moneda virtual, como reservas por antonomasia de los capitales a escala mundial. Difícil ubicar su precio por debajo del valor. De suceder el fenómeno, tiende tercamente a ubicarse en torno de su valor. Igual sucede con las mercancías en nuestro país. Aún las importadas tienden a colocarse en torno de su valor.
Por el problema de la escasez, la especulación coloca el precio de muchos rubros muy por encima de su valor. Lo que explica que muchos productos ya se ubican hasta en el triple de lo que cuestan en Estados Unidos. Tal es el caso del azúcar que en el mercado criollo se ubica rampantemente en 3.500 bolívares un kilogramo, es decir, 3,5 dólares del paralelo, mientras que en el mercado yanqui se ubica en un dólar. Igual sucede con las inversiones. Se mueven con base en tendencias objetivas. No en la fe. Ello explica que en la época de Nixon —a propósito del famoso ping-pong entre chinos y gringos— comenzó una afluencia de capitales hacia el gran país asiático. La violación de los derechos humanos, denunciada por EEUU, parece no haber frenado para nada los capitales de todo el mundo imperialista, atraídos en realidad por las ventajas que brindaban los “comunistas”. Ninguna desconfianza tuvieron los capitales hacia el “comunismo” chino, atraídos por la baratura, abundancia y disciplina de la fuerza de trabajo de los asiáticos, y las facilidades para la explotación de los trabajadores, así como un gran mercado interno, materias primas baratas, entre otras determinaciones de una cuota de ganancia superior a la propia en los países desarrollados. Sin embargo, nuestros economistas siguen repitiendo la cantaleta de la confianza y la desconfianza.
En cualquier caso, la superación de la crisis supone la afectación de un sector u otro. Quienes proponen que sea el pueblo el que siga abriendo huecos en sus correas, proponen medidas drásticas, partiendo de una idea propia de cualquier religión. Se basan en el ejemplo de EEUU cuando producto de la crisis de 2008: “La inyección de dólares por parte de las autoridades financieras gubernamentales de Estados Unidos durante 2007 al 2010 fue de 5,04 billones de dólares —trillones en anglosajón—, esta inyección es equivalente a 35% del PIB”. Deuda que por supuesto es descargada en la gente mediante políticas tributarias e impositivas que han reflotado la banca. Hoy, se anuncia en ese país una crisis de mayores proporciones que la de entonces. Partimos de consideraciones generales en relación con el origen de esta catástrofe nacional. La hemos simplificado de manera didáctica de tal suerte que podamos distinguir las cuestiones fundamentales, partiendo de la sentencia que acuñara Lenin según la cual: “cuando expulsan de la ciencia las leyes, lo que en realidad hacen es introducir de contrabando las leyes de la religión”.
El desarrollo nacional solo puede darse sí y solo sí se formula y realiza una política económica que apuntale el proceso de concentración de capitales y, a la vez, atienda las aspiraciones nacionales y populares. De lo contrario tendremos más de lo mismo pero bajo la conducción de nuevas figuras. Incluso alguna nueva forma de dominación —manteniendo las cuestiones esenciales del dominio semicolonial— conducirá a Venezuela a una situación tan o más insostenible que la que vivimos actualmente, más cuando asumirían el Gobierno sin haber cohesionado las fuerzas represivas del Estado.
Esa es la historia del antidesarrollo venezolano como lo denominara en su oportunidad Héctor Malavé Mata. En realidad, freno al desarrollo de las fuerzas productivas por las condiciones de dependencia del capital internacional.
Salir de la crisis ciertamente supone un gran acuerdo nacional, cuya formulación e ideas centrales para superar la crisis deben contar con la premisa insoslayable de que el costo que la meta supone no será descargado en los más pobres de la sociedad. A cambio del cual se garantizará una acelerada concentración de capitales con la palanca de un sistema bancario capaz de canalizar el ahorro social hacia la inversión productiva. Además de garantizar el mercado interno para la producción nacional que parte de que los salarios se desarrollen en correspondencia con la creciente oferta de bienes y servicios. Pero de igual manera, implica que Venezuela suprima acuerdos que lesionan el interés nacional.
El rescate del signo monetario pasa por la recuperación del aparato productivo. De su desarrollo autónomo y soberano. Fortalecer el bolívar supone darle respaldo con base en la producción nacional y del abovedamiento de buena parte de las cuantiosas riquezas auríferas, sobre todo en tiempos en los cuales la lucha mundial entre las grandes economías imperialistas por su tenencia ha alcanzado una escala en correspondencia con la guerra de divisas para convertirse una u otra en referencia mundial. Asimismo, las materias primas en las que se convierten buena parte de nuestras riquezas como coltán, bauxita, hierro, entre muchas otras, deben servir principalmente al desarrollo diversificado de nuestro aparato productivo. Electrificación, industria pesada, liviana y ligera desarrolladas de manera armoniosa hacia la revolución industrial con sentido nacional y popular.
Contrario a ofertas lesivas al interés popular y nacional, es en este camino en el que la recuperación económica y social podrá ser tan acelerada que en un futuro cercano podremos hablar del ¡milagro venezolano!
Publicado en Efecto Cocuyo
Hartos del chavismo, estas ideas afianzan la incertidumbre en amplios sectores de la población sobre un futuro de Venezuela en manos de los factores hegemónicos de la oposición. La gran mayoría de venezolanos sin duda alguna pugnan por la salida de Maduro. Pero buena parte no guarda buenas opiniones sobre quienes se presentan como alternativa. Y es que estas ideas no crean confianza en la gente. En cualquier caso, en las actuales condiciones resulta un reto difícil la asunción de la dirección política del país, para cualquier opción opositora.
Ciertamente la crisis es profunda. Afecta todos los órdenes. La economía está devastada. Pero hay quienes apuestan a que el chavismo culmine su período, con o sin Maduro, precisamente por tratarse de una crisis tan grave. Parten de la consideración de que es indefectible aplicar medidas que afectarán a la gente, por lo que se deberá aplicar la represión. El régimen, en ese sentido, está mejor preparado para enfrentar la cada vez más generalizada respuesta popular ante el desastre. Se parte de la premisa de que los ajustes, siempre, en cualquier caso, afectarán a los más necesitados. Le temen pues a la respuesta popular. Pero, para nada, ofrecen un camino distinto para la superación de la crisis. Insisten, religiosamente, en que la gente deberá apretarse el cinturón, sin percatarse que ya la correa no da más.
El fatalismo en la materia, además, cuenta con tarifados que plantean una salida “consensuada”. Otros plantean al Gobierno “rectificaciones” en varias materias. Tesis que han sido propagadas por sectores aparentemente opositores aunque en realidad son agentes gubernamentales. En el mejor de los casos se trata de gente que ha perdido la voluntad política en favor de los pobres y el interés nacional. Que han sucumbido frente a la prepotencia chavista. Parece que el miedo los hace rehuir a la confrontación social, a desoír el clamor de la gente y su disposición a la lucha. O han aprendido a adaptarse, será.
En conjunto, estas consideraciones pudiesen explicar la tendencia política de factores opositores que no trabajan por una salida rápida., ni por una estrategia política que coloque en el descontento de las masas el centro de la estrategia, que ubique que el objetivo estratégico en las actuales circunstancias debe ser la salida de Maduro. Es más, aún hay tiempo para que el referendo revocatorio (RR) sea una realidad, para lo cual las masas deben ser las protagonistas del proceso. A eso muchos factores parecen temerle. Se prefiere la negociación. Algunos afirman que se trata de cambiar, cual moneda de libre circulación, RR por elecciones regionales. Todos, los de arriba, claro, salen ganando.
Sumemos que —por tratarse de una crisis que afecta las bases del sistema— los factores políticos que defienden las imperantes relaciones de producción y de cambio jerarquizan por salvar sus bases. Más se preocupan por impedir que la sociedad venezolana se encamine hacia un cambio histórico que marque el inicio del desarrollo diversificado y autónomo. Buscan, sí, preservar lo esencial de las relaciones imperantes —las de dependencia y sumisión frente a las grandes potencias—, así como la naturaleza de los nexos con el capital internacional. De allí parten las tesis y dogmas que permitirían la supervivencia, pero sobre las mismas bases que imperan actualmente.
¿Qué “modelo” fracasó?
Quienes indicamos —economistas, periodistas, políticos, entre otros, mucha gente en capacidad de difundir ideas desde esta perspectiva— parten de que lo que está en evidencia es el fracaso de un modelo. A renglón seguido, pasan a describir lo que a su juicio es esencial del tal modelo. Resaltan los asuntos de la propiedad, de las expropiaciones y la estatificación. Ideas que nada guardan relación con lo esencial, aunque estos asuntos ciertamente juegan un papel en el proceso erosivo que ha sufrido Venezuela. Por ejemplo, la estatificación y las expropiaciones, evidencia empírica adelante, contribuyeron con el proceso destructivo del aparato productivo. Pero no observan para nada lo esencial, esto es: la erosión se afincó principalmente en la escala de las importaciones de bienes que sustituyeron buena parte de la producción nativa. En este proceso, expropiar empresas y tierras para hacerlas improductivas, en diversa medida, contribuyó con el proceso destructivo.
Por eso resulta difícil ubicar un discurso coherente sobre el cuestionamiento al “modelo” imperante. En primer lugar porque nada tiene que ver el argumento con la realidad. Nada tiene que ver, por ejemplo, la política económica con medidas socialistas. Los controles aplicados en Venezuela no conducen, por ejemplo, al desarrollo. A los países socialistas se les criticó —con razón o sin ella— de tendencias autárquicas, no por su liberalización con el sector externo. La determinación del tipo de cambio para nada favorecía a los importadores, sino a la propendía a la utilización de las divisas en función de importar medios de producción o rubros no sustituibles en un plazo determinado, entre otros aspectos. De allí que se reduce el cuestionamiento a ideas que parecen dogmas, mentiras e ideología anticomunista.
Por eso nada dicen los economistas acerca de la liberalización con el sector externo de la economía. Nada dicen de los efectos perversos de la incorporación de Venezuela al Mercosur, de las relaciones liberales con China, entre otros ejemplos. Del artículo 301 de la Carta Magna que iguala el trato a los capitales nacionales y extranjeros. Nada dicen pues, acerca de la condición liberal de la política económica que requirió —era de suponerse— de los controles garantes de la realización de los bienes importados, sobre todo en materia de precios y del tipo de cambio. En definitiva, de una política que garantizó, desde 1989, destruir la economía mientras favorecía al sector importador como siempre ha sido en nuestra historia desde los tiempos de la colonia. Solo que ahora bajo el ropaje socialista.
Por eso, lo fundamental radica en la orientación general de sustituir producción nativa por importaciones cada vez más competitivas. Con ello, además de brindarles mercados a otras economías de las cuales nos hacemos cada vez más dependientes, profundizamos la condición monoproductora, afianzando el papel de Venezuela en la división internacional del trabajo como proveedor de materias primas, petróleo casi exclusivamente, al menos en esta última etapa.
El caso cubano
Desde la perspectiva de los apologetas del orden, este caso resulta emblemático. Más allá de las consideraciones ideológicas la historia de este país, resulta similar referido a la materia que nos ocupa. Espinoso el asunto, si tomamos en cuenta que el anticomunismo de estos tiempos, sobre todo en Venezuela, se escuda en el anticubanismo. Esto es, anticubanismo como antisocialismo, identificando el fracaso de un supuesto modelo al estilo cubano con el socialismo. En realidad, si reducimos la teoría de raigambre ricardiana en favor del capitalismo mundial a una división internacional del trabajo liberalizado y a favor de las economías más desarrolladas, decimos que es acertada la premisa. Nada que ver por cierto con las ideas del Che Guevara sobre la necesidad de diversificar el aparato productivo y sentar las bases de la revolucionarización del desarrollo de las fuerzas productivas materiales. En eso se parece este desastre con el de la economía cubana expresada en el llamado por ellos “período especial”.
Condenaron la economía cubana durante décadas a la especialización en cuatro rubros: azúcar, níquel, cítricos y pescados y mariscos, mientras importaban lo demás del llamado “campo socialista”, bajo la tesis de una tal “división socialista internacional del trabajo”. Ello condujo a la entrada de Cuba en el Consejo de Asistencia Económica Mutua (CAME) en 1972, instancia que condenó a los países del campo revisionista soviético a una mera especialización económica mientras la socialimperialista Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) mantenía el monopolio industrial. Los cubanos van a insistir en esta tesis con la jerarquía dada al turismo a partir del desastre que se produce con el derrumbe de la llamada URSS. Ahora plegada a los españoles y otros capitales, europeos principalmente, Cuba no sienta las bases de la industria sino de la especialización en turismo. Aunque las remesas se convierten en fuente de entrada de divisas superior a cualquier otro sector, incluyendo la “locomotora” de la economía, como designó un economista cubano al sector turístico.
En Venezuela se hizo lo propio, nos especializamos en la producción de petróleo, y con la renta, en buena medida, compramos lo que requeríamos en bienes finales y medios para reproducir lo poco que queda en pie del aparato productivo, a excepción del gran capital que entretanto ha centralizado capitales y medios como nunca. La derivación de esta tendencia es que, al caer los precios del crudo, caemos en desgracia. El apalancamiento de esta política se encuentra en la política económica de raigambre librecambista. Difícil de ser visto este asunto por gente especializada en la economía de marras.
¿Cuál salida?
Los economistas, al anunciar su programa, siempre hacen esa célebre declaración principista según la cual no se debe afectar a los más pobres, por lo que hay que contar con planes focalizados dirigidos a los más vulnerables. Cinismo que evidencia su esencia desde un primer momento. Afectará a los pobres aún más y alertan para que la cosa no llegue a extremos insostenibles.
Quienes deben pagar esta crisis, en el mejor de los casos, siempre de acuerdo a esta idea, son quienes usufructuaron el poder y destruyeron el futuro de los venezolanos. Para nada aluden a los grandes dueños de los medios de producción y de la gran banca. Parece ser, según esta perspectiva, que quienes administran los negocios de las clases dominantes son quienes deben de pagar la crisis, junto a los pobres y sectores medios, claro está. En esta oportunidad, si bien es cierto que estos administradores han trasegado riquezas inconmensurables a la oligarquía, se han quedado con una buena parte del botín, mayor que en etapas anteriores. En eso también han superado a los bipartidistas quienes también hicieron lo propio, pero —al decir de un alto dirigente de uno de los dos partidos hegemónicos— ellos “eran unos robagallinas” en comparación con el actual asalto a las arcas nacionales.
De manera religiosa se repite uno u otro dogma. Entre los más reiterados están: “hay que desmontar los controles”, “unificar el tipo de cambio”, “solicitar préstamo entre 40 y 50 mil millones de dólares al Fondo Monetario Internacional”; “cumplir con un programa de ajustes, exigidos por los acreedores, que será muy severo dados los desequilibrios”, “dolarización del precio de la gasolina y de sus derivados”. Y, sobre todo, ¡crear confianza! a los inversionistas. Claro, sin olvidar las consabidas “muestras de misericordia” con los más vulnerables. Este programa permitiría alcanzar los objetivos principales: superar los desequilibrios y distorsiones macroeconómicas, bajar inflación, reducir déficit fiscal, sincerar y unificar el tipo de cambio, entre otros. A partir de lo cual se alcanzaría la senda del crecimiento. Catecismo que no establece mayores diferencias entre crecimiento y desarrollo.
Junto a esto, según la receta, se deben crear las bases para la seguridad jurídica para crear confianza, sin “percatarse” de que ya eso existe en leyes como las del doble tributo, de protección y promoción de inversiones extranjeras, además de los consabidos artículos constitucionales. Los economistas que así plantean las cosas, no ubican que los capitales se mueven con base en el comportamiento de la cuota media de la ganancia y no por la fe.
Además de otras determinaciones como dimensión del mercado, estabilidad política, precio de la fuerza de trabajo, flexibilizaciones en materia laboral, entre otras y articuladas a lo anterior. Sumemos aquello del papel de Venezuela en la orquestación internacional una de cuyas especializaciones, si así puede llamarse, es la de ser comprador neto de bienes finales y no de productor. Con petróleo es como suficiente.
Muy poco dicen estas ideas programáticas, si así se pueden llamar, acerca del desarrollo diversificado. Menos de independencia y soberanía económica, lo que incluye el aspecto agroalimentario. Por eso no se establecen mayores consideraciones acerca de la política bancaria, fiscal y monetaria, salvo que serán de orientación restrictiva. En definitiva, se apuesta apenas a la inversión extranjera, al préstamo internacional, más específicamente del FMI, y al consiguiente paquete de ajustes. ¡Claro, no nos olvidemos de la atención de los menos favorecidos!
Las leyes del capitalismo son, como en toda ciencia, inexorables. Son objetivas. Esto es, son independientes de la voluntad de algún avisado. Por ejemplo, en la determinación del precio de las mercancías —y en el capitalismo todo tiende a ser mercancía—, la oferta y la demanda conducen a vaivenes temporales en torno del valor. Pero es la determinación del trabajo objetivado en cada mercancía lo que a la postre determinará su precio. Ello explica, en estos tiempos, la solidez del oro y el bitcoin, principal moneda virtual, como reservas por antonomasia de los capitales a escala mundial. Difícil ubicar su precio por debajo del valor. De suceder el fenómeno, tiende tercamente a ubicarse en torno de su valor. Igual sucede con las mercancías en nuestro país. Aún las importadas tienden a colocarse en torno de su valor.
Por el problema de la escasez, la especulación coloca el precio de muchos rubros muy por encima de su valor. Lo que explica que muchos productos ya se ubican hasta en el triple de lo que cuestan en Estados Unidos. Tal es el caso del azúcar que en el mercado criollo se ubica rampantemente en 3.500 bolívares un kilogramo, es decir, 3,5 dólares del paralelo, mientras que en el mercado yanqui se ubica en un dólar. Igual sucede con las inversiones. Se mueven con base en tendencias objetivas. No en la fe. Ello explica que en la época de Nixon —a propósito del famoso ping-pong entre chinos y gringos— comenzó una afluencia de capitales hacia el gran país asiático. La violación de los derechos humanos, denunciada por EEUU, parece no haber frenado para nada los capitales de todo el mundo imperialista, atraídos en realidad por las ventajas que brindaban los “comunistas”. Ninguna desconfianza tuvieron los capitales hacia el “comunismo” chino, atraídos por la baratura, abundancia y disciplina de la fuerza de trabajo de los asiáticos, y las facilidades para la explotación de los trabajadores, así como un gran mercado interno, materias primas baratas, entre otras determinaciones de una cuota de ganancia superior a la propia en los países desarrollados. Sin embargo, nuestros economistas siguen repitiendo la cantaleta de la confianza y la desconfianza.
En cualquier caso, la superación de la crisis supone la afectación de un sector u otro. Quienes proponen que sea el pueblo el que siga abriendo huecos en sus correas, proponen medidas drásticas, partiendo de una idea propia de cualquier religión. Se basan en el ejemplo de EEUU cuando producto de la crisis de 2008: “La inyección de dólares por parte de las autoridades financieras gubernamentales de Estados Unidos durante 2007 al 2010 fue de 5,04 billones de dólares —trillones en anglosajón—, esta inyección es equivalente a 35% del PIB”. Deuda que por supuesto es descargada en la gente mediante políticas tributarias e impositivas que han reflotado la banca. Hoy, se anuncia en ese país una crisis de mayores proporciones que la de entonces. Partimos de consideraciones generales en relación con el origen de esta catástrofe nacional. La hemos simplificado de manera didáctica de tal suerte que podamos distinguir las cuestiones fundamentales, partiendo de la sentencia que acuñara Lenin según la cual: “cuando expulsan de la ciencia las leyes, lo que en realidad hacen es introducir de contrabando las leyes de la religión”.
El desarrollo nacional solo puede darse sí y solo sí se formula y realiza una política económica que apuntale el proceso de concentración de capitales y, a la vez, atienda las aspiraciones nacionales y populares. De lo contrario tendremos más de lo mismo pero bajo la conducción de nuevas figuras. Incluso alguna nueva forma de dominación —manteniendo las cuestiones esenciales del dominio semicolonial— conducirá a Venezuela a una situación tan o más insostenible que la que vivimos actualmente, más cuando asumirían el Gobierno sin haber cohesionado las fuerzas represivas del Estado.
Esa es la historia del antidesarrollo venezolano como lo denominara en su oportunidad Héctor Malavé Mata. En realidad, freno al desarrollo de las fuerzas productivas por las condiciones de dependencia del capital internacional.
Salir de la crisis ciertamente supone un gran acuerdo nacional, cuya formulación e ideas centrales para superar la crisis deben contar con la premisa insoslayable de que el costo que la meta supone no será descargado en los más pobres de la sociedad. A cambio del cual se garantizará una acelerada concentración de capitales con la palanca de un sistema bancario capaz de canalizar el ahorro social hacia la inversión productiva. Además de garantizar el mercado interno para la producción nacional que parte de que los salarios se desarrollen en correspondencia con la creciente oferta de bienes y servicios. Pero de igual manera, implica que Venezuela suprima acuerdos que lesionan el interés nacional.
El rescate del signo monetario pasa por la recuperación del aparato productivo. De su desarrollo autónomo y soberano. Fortalecer el bolívar supone darle respaldo con base en la producción nacional y del abovedamiento de buena parte de las cuantiosas riquezas auríferas, sobre todo en tiempos en los cuales la lucha mundial entre las grandes economías imperialistas por su tenencia ha alcanzado una escala en correspondencia con la guerra de divisas para convertirse una u otra en referencia mundial. Asimismo, las materias primas en las que se convierten buena parte de nuestras riquezas como coltán, bauxita, hierro, entre muchas otras, deben servir principalmente al desarrollo diversificado de nuestro aparato productivo. Electrificación, industria pesada, liviana y ligera desarrolladas de manera armoniosa hacia la revolución industrial con sentido nacional y popular.
Contrario a ofertas lesivas al interés popular y nacional, es en este camino en el que la recuperación económica y social podrá ser tan acelerada que en un futuro cercano podremos hablar del ¡milagro venezolano!
Publicado en Efecto Cocuyo
viernes, 27 de mayo de 2016
¿Cómo llegamos a este desastre? ¿Cómo saldremos?
Las respuestas que demos a ambas preguntas, en una dirección u otra, deberían guardar coherencia entre sí. La interpretación de la primera —del desastre que vive Venezuela— nos ubicará en el camino que propicia quien responde.
No es gratuito ni casual que el Gobierno busque salir del atolladero con las mismas políticas. Solo que ahora —mermados los ingresos por concepto de la venta del crudo— será a través de la venta de otras riquezas que se hallan en el suelo y subsuelo venezolanos. Para el Gobierno, el problema es la caída de los dólares para importar. Por eso subasta al país para conseguir más dólares. Es fiel a los fundadores de la ciencia económica con aquella máxima de la división internacional del trabajo que fuerza a cada país a especializarse en aquello en lo cual obtiene más ventajas, mientras importa de lo que no alcanza lo propio. Fieles al librecambio, pues. Nos hacemos de dólares para comprar lo demás. No requerimos producir bienes en lo que no somos competitivos. Por lo que quebramos la producción interna de bienes que podemos importar.
Para el “economista” —defensor por antonomasia del capital— el problema son los controles, la falta de libertad. Luego, el conflicto se resuelve con su levantamiento. El asunto obedece a la “inseguridad jurídica”, con todo y los artículos constitucionales que legalizan y amparan el liberalismo, como el artículo 301 de la constitución que establece el trato igual de los capitales —nacionales y foráneos— y el espíritu que establecen los artículos 311 y 312 para ajustar el presupuesto con base en el endeudamiento público, así como los decretos leyes de doble tributación que en la práctica eliminan el pago de impuestos de los capitales extranjeros que invierten en Venezuela.
El asunto para la dogmática del economista es atraer la inversión extranjera con base en la confianza y la seguridad jurídica. Se hacen la vista gorda o simplemente no ven para nada que sí hay inversión extranjera, pero solo en las áreas que a las potencias mundiales les interesan y propician, pero también propaga, el sabio economista, la dogmática religiosa del capital que orienta y recomienda dejar a las fuerzas del mercado aquella fórmula trinitaria de la mano invisible para que asigne la distribución de los factores de la producción, flexibilización laboral mediante, el libre juego de la oferta y la demanda, la inversión extranjera y la confianza. Señala esta fe del capital que la política económica no debe ser otra que la “libertad”, esto es, ninguna orientación desde el Estado. Además de la consideración de que, para salir de la crisis, hay que recurrir al endeudamiento externo y aplicar un paquete de medidas para garantizar la capacidad de crédito frente a los acreedores.
Pese a las crisis, estos fieles siguen empeñados en lo que indica el culto. En realidad, lo que buscan es que la crisis la paguen los trabajadores, que los grandes no mermen en sus ganancias esperadas. A eso se reduce la confianza. Entretanto, la confianza de los trabajadores es que habrá mayor pobreza y explotación a menos que la lucha los reivindique.
A nuestro juicio la cosa es más concreta. Sus determinaciones deben ser evidenciadas. El problema es de producción, de soberanía nacional, del freno al desarrollo de las fuerzas productivas en que se han convertido las relaciones de producción y de cambio imperantes y de la dependencia del país de la oligarquía financiera y del imperialismo de viejo o nuevo cuño. Luego, la salida supone una respuesta que permita la liberación de las fuerzas productivas para echar las bases que permitan diversificar el aparato productivo e impulsar la revolución industrial. Lo que supone la ruptura de la tendencia a la especialización y una política económica que no descargue en la gente, en su bolsillo, el costo que supone salir de la tragedia.
El camino hacia la revolución industrial parece una quimera para el economista ortodoxo. Ese que hace genuflexiones ante la sentencia liberal, sin parar mientes en la experiencia histórica. Solo los países que se han protegido han alcanzado elevados niveles de desarrollo. Venezuela cuenta con los recursos materiales y humanos para alcanzar esa meta. Comenzando por sustituir el producto importado por producción nacional, al inicio con aquellos rubros que son fáciles de ser sustituidos. Por canalizar el ahorro social hacia la inversión productiva. Esto es, creando condiciones para la concentración de capitales con sentido nacional. Todo lo cual supone afectar a los grandes bancos y a los importadores.
Nacimiento del desastre
El origen de la crisis actual es más remoto de lo que muchos suponen. Se trata de un asunto sencillo y rebatible solo desde la perspectiva de la religiosidad del economista que parte de la dogmática naturalista. Esa que establece que una fuerza invisible regula el funcionamiento del hecho económico y, al ser violentado su curso, nos dirigimos inexorablemente a este estado crítico. Pero la evidencia empírica es tan contundente que el argumento del místico, es ineficaz. La crisis obedece a que precisamente Venezuela ha cumplido fielmente con los principios del liberalismo, especialmente el de abrir sus puertos a la producción de países más competitivos sin dejar protección alguna para el producto nativo, el de cumplir fielmente con el pago de la deuda pública y el de garantizar la creciente riqueza de la oligarquía financiera, a saber, grandes productores de bienes como el grupo Polar, los grandes importadores y bancos y los sectores vinculados al negocio petrolero.
Adam Smith descubrió y desarrolló teóricamente la tendencia a la división internacional del trabajo. Esa que impera de manera objetiva como una fuerza que se impone y termina por moldear el papel de cada país en cada etapa del desarrollo del capitalismo mundial. Sujeta al rendimiento del capital, de la cuota de ganancia a escala planetaria y su desarrollo desigual y la dimensión de sus mercados interiores, los países se van ajustando a los dictados del capital. La única manera como se puede sortear esta tendencia es con voluntad nacional y con base en algunas ventajas fundamentales para la acumulación. No es gratuito que China hoy día sea la primera potencia mundial en manufacturas y además locomotora de la economía planetaria. Así, podemos observar que varios países logran superar y enfrentar la tendencia. Si no hay una conciencia al respecto, los países se convierten en piezas de un engranaje que favorece a los grandes. Eso describe lo esencial de la historia económica de Venezuela.
Este proceso parece ser desconocido por el Gobierno y los “economistas”. La soberanía es lo contrario a lo que se ha hecho. Propagan una y otra vez que somos un país soberano y enfrentado al imperialismo estadounidense, pero nada se hace para el desarrollo soberano. Nos enfrentamos a los gringos pero nos abrimos a los chinos y rusos. Enfrentamos al Alca pero propiciamos nuestra incorporación al bloque Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), previa incorporación a Mercosur.
Hoy día en el mercado internacional latinoamericano parecen ir de la mano el librecambismo y una ofensiva liberal a lo interno de los países para abaratar la fuerza de trabajo y flexibilizar la relación laboral. Ello pudiese explicar las situaciones argentina y brasileña, lo que no supone la exoneración de culpas de nadie, mucho menos de Cristina Kirchner. Pero, a todas luces, sobre todo en el golpe de Estado parlamentario de Brasil, como se le conoce, se expresa esta ofensiva así como la clara intención estadounidense de rescatar espacios en disputa que otrora le eran propios, al punto de llamarlos su “patio trasero”. Brasil, parte importante del bloque Brics, de seguro sufrirá un freno en este proceso de integración, una de cuyas metas en ciernes es la consolidación de un banco propio, el Nuevo Banco de Desarrollo del Brics (NBD), que se perfila como competidor de instancias internacionales como el Fondo Monetario Internacional.
En el contexto de la crisis mundial, las disputas entre imperialismos fuerzan al capital a profundizar la ofensiva contra los trabajadores y a abaratar aún más el precio de las materias primas, todo esto presagia serios conflictos sociales y políticos en la región, que pudiesen apuntar a crisis revolucionarias en varios puntos de la geografía latinoamericana. Este es el resultado de esa articulación entre el librecambio en el mercado mundial y las políticas liberales, garantes del aumento de la capacidad de crédito de los países y de freno a la caída de la cuota media de la ganancia.
Vale recordar la célebre expresión de Marx acerca del libre cambio cuando afirma que: “… el sistema del libre cambio es destructor. Corroe las viejas nacionalidades y lleva al extremo el antagonismo entre la burguesía y el proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la revolución social. Y solo en este sentido revolucionario, yo voto, señores, a favor del libre cambio”.
La catástrofe llegó
En Venezuela, ante la caída de la capacidad crediticia, la espiral inflacionaria que se crea como resultado del déficit fiscal y su cobertura con base en la emisión de papel moneda sin respaldo, colma el vaso y la crisis alcanza escalas insospechadas. El signo monetario pierde poder adquisitivo al punto de que el dólar es el equivalente de curso real. A su vez, la caída del ingreso se hace proporcional a la sustitución del producto nativo por la importación. Cae el ingreso de dólares al país mientras la merma de la producción nativa no alcanza para satisfacer ni de lejos la demanda interna. En eso se centra la catástrofe que vivimos.
La crisis ha alcanzado tal grado que hace inaguantable la situación. La desesperación de la gente es explosiva. Crece la angustia ante la falta de comida. No alcanza el salario. Las colas hacen perder mucho tiempo y cada vez se obtiene menos. Los bachaqueros —en connivencia con guardias nacionales, policías, colectivos armados, autoridades en general, gerentes, cajeros, todos inscritos en la cadena de intermediarios— se llevan buena parte de la comida que debía ser distribuida entre la gente, a un precio en correspondencia con el dólar preferencial. De allí parte la rabia de mucha gente que en cualquier momento traerá una desgracia. Por eso el bachaquero se ha convertido en personaje detestado por la población, solo que son tantos quienes se dedican a tal oficio que sin lugar a dudas es reflejo de la descomposición que vive la sociedad bajo el amparo chavista, bajo el espíritu que sembró “el eterno”, bajo la égida de su legado.
Pero la crisis no se reduce a la cuestión económica. Las instituciones hacen agua. La ingobernabilidad hace su aparición, y de manera cada vez más clara aparecen diversos instrumentos que sustituyen las instancias legales. Lo que explica, por ejemplo, el control relativo de la banda de “El Picure” de buena parte del estado Guárico. O bien, el que ejerce un tal “Lucifer” en buena parte de las barriadas del sureste caraqueño. Los pranes, por su parte, ejercen el control de las cárceles. Para solo citar ejemplos emblemáticos.
La inseguridad —que ha desbordado los cuerpos de seguridad, más que eso: se ha articulado con ellos— ha alcanzado escalas que hacen historia. No se percata el Gobierno de que se trata de una cultura que ellos mismos sembraron. Que el propio Presidente de la República, en su oportunidad, estimuló la delincuencia y junto con ella la impunidad. Lo que contribuye en buena medida a la crisis general.
Las cuestiones objetivas vienen determinando las perspectivas del Gobierno. Son claras las debilidades de la política de la oposición: la división y la poca eficacia para atender los problemas más sentidos por el pueblo, sus demandas y aspiraciones, conducen a mucha gente a perder la fe en la alternativa que representan frente a las penurias. Algunos prominentes factores de la oposición, apostando a una salida más a largo plazo, se han convertido en un freno de la protesta popular. Todo lo cual conduce a que sea la espontaneidad de la gente la respuesta contra el gobierno, ante el deterioro de sus condiciones de vida. Se siembra la especie de que la salida será desde adentro, como resultado del hecho objetivo. Una salida propiciada por el propio chavismo, claro, de no lograrse crear una fuerza consciente capaz de dirigir el descontento.
Hay quienes afirman que resulta extraño que no haya pasado nada. Ciertamente es así. El grado de deterioro de la economía y las consecuencias sociales hacen previsible un ascenso del movimiento espontáneo. Ya son muchos los episodios en tal sentido. Los últimos reflejan rabia y desesperación. La respuesta del Gobierno es un decreto de excepción y de emergencia cuya eficacia para resolver algún problema de la gente es nulo. Pero seguramente sí resuelve problemas de los importadores, de los grandes bancos, de los acreedores del Estado, nacionales y extranjeros.
Por su parte, desde la oposición democrática se debe levantar una propuesta alternativa que despierte esperanzas. Que estimule la participación popular por un cambio que no suponga más de lo mismo en esencia. Que conduzca a más democracia y más bienestar. Meterse en la pelea enfrentando este estado de cosas, pero entronizando en la gente una propuesta que brinde confianza, pero no la confianza a los poderosos, sino confianza a los trabajadores. Esto es, un cambio para mejorar el salario y las condiciones de vida de los excluidos, de los hombres y mujeres honestos y de buena voluntad, de todos quienes han sufrido en este engaño histórico de más de tres lustros.
Vale la pena enviar una disculpa al lector por haber expresado asuntos escabrosos de la economía, la ciencia menos conocida, aunque aborde el objeto más vivido por la especie humana. Sin producción no hay siquiera pensamiento, pero a la hora de atender las cuestiones de la producción y el cambio parecemos llenos de difíciles incomprensiones que deben ser superadas. Pero no queda de otra que hincar el diente en ese ejercicio de ir a la esencia de las cosas y no quedarnos en la superficie fácilmente percibida.
Parafraseando a Marx: como la cosa no se presenta como es, hace falta la ciencia que desentraña la esencia. Muy a pesar de este frío análisis de la ciencia económica, son momentos en los que aparecerá la pasión, se encresparán los espíritus en la lucha por un mundo mejor. Tiempos de confrontación que nos traerán poesía y cantos en correspondencia con las ansias de redención de un pueblo engañado y de donde brotarán fuerzas de las debilidades del presente expectante hasta convertirse en oleada de cambios. Quienes le temen a eso, es porque sus propuestas se inscriben en el transitar del camino ya andado.
Publicado en Efecto Cocuyo
No es gratuito ni casual que el Gobierno busque salir del atolladero con las mismas políticas. Solo que ahora —mermados los ingresos por concepto de la venta del crudo— será a través de la venta de otras riquezas que se hallan en el suelo y subsuelo venezolanos. Para el Gobierno, el problema es la caída de los dólares para importar. Por eso subasta al país para conseguir más dólares. Es fiel a los fundadores de la ciencia económica con aquella máxima de la división internacional del trabajo que fuerza a cada país a especializarse en aquello en lo cual obtiene más ventajas, mientras importa de lo que no alcanza lo propio. Fieles al librecambio, pues. Nos hacemos de dólares para comprar lo demás. No requerimos producir bienes en lo que no somos competitivos. Por lo que quebramos la producción interna de bienes que podemos importar.
Para el “economista” —defensor por antonomasia del capital— el problema son los controles, la falta de libertad. Luego, el conflicto se resuelve con su levantamiento. El asunto obedece a la “inseguridad jurídica”, con todo y los artículos constitucionales que legalizan y amparan el liberalismo, como el artículo 301 de la constitución que establece el trato igual de los capitales —nacionales y foráneos— y el espíritu que establecen los artículos 311 y 312 para ajustar el presupuesto con base en el endeudamiento público, así como los decretos leyes de doble tributación que en la práctica eliminan el pago de impuestos de los capitales extranjeros que invierten en Venezuela.
El asunto para la dogmática del economista es atraer la inversión extranjera con base en la confianza y la seguridad jurídica. Se hacen la vista gorda o simplemente no ven para nada que sí hay inversión extranjera, pero solo en las áreas que a las potencias mundiales les interesan y propician, pero también propaga, el sabio economista, la dogmática religiosa del capital que orienta y recomienda dejar a las fuerzas del mercado aquella fórmula trinitaria de la mano invisible para que asigne la distribución de los factores de la producción, flexibilización laboral mediante, el libre juego de la oferta y la demanda, la inversión extranjera y la confianza. Señala esta fe del capital que la política económica no debe ser otra que la “libertad”, esto es, ninguna orientación desde el Estado. Además de la consideración de que, para salir de la crisis, hay que recurrir al endeudamiento externo y aplicar un paquete de medidas para garantizar la capacidad de crédito frente a los acreedores.
Pese a las crisis, estos fieles siguen empeñados en lo que indica el culto. En realidad, lo que buscan es que la crisis la paguen los trabajadores, que los grandes no mermen en sus ganancias esperadas. A eso se reduce la confianza. Entretanto, la confianza de los trabajadores es que habrá mayor pobreza y explotación a menos que la lucha los reivindique.
A nuestro juicio la cosa es más concreta. Sus determinaciones deben ser evidenciadas. El problema es de producción, de soberanía nacional, del freno al desarrollo de las fuerzas productivas en que se han convertido las relaciones de producción y de cambio imperantes y de la dependencia del país de la oligarquía financiera y del imperialismo de viejo o nuevo cuño. Luego, la salida supone una respuesta que permita la liberación de las fuerzas productivas para echar las bases que permitan diversificar el aparato productivo e impulsar la revolución industrial. Lo que supone la ruptura de la tendencia a la especialización y una política económica que no descargue en la gente, en su bolsillo, el costo que supone salir de la tragedia.
El camino hacia la revolución industrial parece una quimera para el economista ortodoxo. Ese que hace genuflexiones ante la sentencia liberal, sin parar mientes en la experiencia histórica. Solo los países que se han protegido han alcanzado elevados niveles de desarrollo. Venezuela cuenta con los recursos materiales y humanos para alcanzar esa meta. Comenzando por sustituir el producto importado por producción nacional, al inicio con aquellos rubros que son fáciles de ser sustituidos. Por canalizar el ahorro social hacia la inversión productiva. Esto es, creando condiciones para la concentración de capitales con sentido nacional. Todo lo cual supone afectar a los grandes bancos y a los importadores.
Nacimiento del desastre
El origen de la crisis actual es más remoto de lo que muchos suponen. Se trata de un asunto sencillo y rebatible solo desde la perspectiva de la religiosidad del economista que parte de la dogmática naturalista. Esa que establece que una fuerza invisible regula el funcionamiento del hecho económico y, al ser violentado su curso, nos dirigimos inexorablemente a este estado crítico. Pero la evidencia empírica es tan contundente que el argumento del místico, es ineficaz. La crisis obedece a que precisamente Venezuela ha cumplido fielmente con los principios del liberalismo, especialmente el de abrir sus puertos a la producción de países más competitivos sin dejar protección alguna para el producto nativo, el de cumplir fielmente con el pago de la deuda pública y el de garantizar la creciente riqueza de la oligarquía financiera, a saber, grandes productores de bienes como el grupo Polar, los grandes importadores y bancos y los sectores vinculados al negocio petrolero.
Adam Smith descubrió y desarrolló teóricamente la tendencia a la división internacional del trabajo. Esa que impera de manera objetiva como una fuerza que se impone y termina por moldear el papel de cada país en cada etapa del desarrollo del capitalismo mundial. Sujeta al rendimiento del capital, de la cuota de ganancia a escala planetaria y su desarrollo desigual y la dimensión de sus mercados interiores, los países se van ajustando a los dictados del capital. La única manera como se puede sortear esta tendencia es con voluntad nacional y con base en algunas ventajas fundamentales para la acumulación. No es gratuito que China hoy día sea la primera potencia mundial en manufacturas y además locomotora de la economía planetaria. Así, podemos observar que varios países logran superar y enfrentar la tendencia. Si no hay una conciencia al respecto, los países se convierten en piezas de un engranaje que favorece a los grandes. Eso describe lo esencial de la historia económica de Venezuela.
Este proceso parece ser desconocido por el Gobierno y los “economistas”. La soberanía es lo contrario a lo que se ha hecho. Propagan una y otra vez que somos un país soberano y enfrentado al imperialismo estadounidense, pero nada se hace para el desarrollo soberano. Nos enfrentamos a los gringos pero nos abrimos a los chinos y rusos. Enfrentamos al Alca pero propiciamos nuestra incorporación al bloque Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), previa incorporación a Mercosur.
Hoy día en el mercado internacional latinoamericano parecen ir de la mano el librecambismo y una ofensiva liberal a lo interno de los países para abaratar la fuerza de trabajo y flexibilizar la relación laboral. Ello pudiese explicar las situaciones argentina y brasileña, lo que no supone la exoneración de culpas de nadie, mucho menos de Cristina Kirchner. Pero, a todas luces, sobre todo en el golpe de Estado parlamentario de Brasil, como se le conoce, se expresa esta ofensiva así como la clara intención estadounidense de rescatar espacios en disputa que otrora le eran propios, al punto de llamarlos su “patio trasero”. Brasil, parte importante del bloque Brics, de seguro sufrirá un freno en este proceso de integración, una de cuyas metas en ciernes es la consolidación de un banco propio, el Nuevo Banco de Desarrollo del Brics (NBD), que se perfila como competidor de instancias internacionales como el Fondo Monetario Internacional.
En el contexto de la crisis mundial, las disputas entre imperialismos fuerzan al capital a profundizar la ofensiva contra los trabajadores y a abaratar aún más el precio de las materias primas, todo esto presagia serios conflictos sociales y políticos en la región, que pudiesen apuntar a crisis revolucionarias en varios puntos de la geografía latinoamericana. Este es el resultado de esa articulación entre el librecambio en el mercado mundial y las políticas liberales, garantes del aumento de la capacidad de crédito de los países y de freno a la caída de la cuota media de la ganancia.
Vale recordar la célebre expresión de Marx acerca del libre cambio cuando afirma que: “… el sistema del libre cambio es destructor. Corroe las viejas nacionalidades y lleva al extremo el antagonismo entre la burguesía y el proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la revolución social. Y solo en este sentido revolucionario, yo voto, señores, a favor del libre cambio”.
La catástrofe llegó
En Venezuela, ante la caída de la capacidad crediticia, la espiral inflacionaria que se crea como resultado del déficit fiscal y su cobertura con base en la emisión de papel moneda sin respaldo, colma el vaso y la crisis alcanza escalas insospechadas. El signo monetario pierde poder adquisitivo al punto de que el dólar es el equivalente de curso real. A su vez, la caída del ingreso se hace proporcional a la sustitución del producto nativo por la importación. Cae el ingreso de dólares al país mientras la merma de la producción nativa no alcanza para satisfacer ni de lejos la demanda interna. En eso se centra la catástrofe que vivimos.
La crisis ha alcanzado tal grado que hace inaguantable la situación. La desesperación de la gente es explosiva. Crece la angustia ante la falta de comida. No alcanza el salario. Las colas hacen perder mucho tiempo y cada vez se obtiene menos. Los bachaqueros —en connivencia con guardias nacionales, policías, colectivos armados, autoridades en general, gerentes, cajeros, todos inscritos en la cadena de intermediarios— se llevan buena parte de la comida que debía ser distribuida entre la gente, a un precio en correspondencia con el dólar preferencial. De allí parte la rabia de mucha gente que en cualquier momento traerá una desgracia. Por eso el bachaquero se ha convertido en personaje detestado por la población, solo que son tantos quienes se dedican a tal oficio que sin lugar a dudas es reflejo de la descomposición que vive la sociedad bajo el amparo chavista, bajo el espíritu que sembró “el eterno”, bajo la égida de su legado.
Pero la crisis no se reduce a la cuestión económica. Las instituciones hacen agua. La ingobernabilidad hace su aparición, y de manera cada vez más clara aparecen diversos instrumentos que sustituyen las instancias legales. Lo que explica, por ejemplo, el control relativo de la banda de “El Picure” de buena parte del estado Guárico. O bien, el que ejerce un tal “Lucifer” en buena parte de las barriadas del sureste caraqueño. Los pranes, por su parte, ejercen el control de las cárceles. Para solo citar ejemplos emblemáticos.
La inseguridad —que ha desbordado los cuerpos de seguridad, más que eso: se ha articulado con ellos— ha alcanzado escalas que hacen historia. No se percata el Gobierno de que se trata de una cultura que ellos mismos sembraron. Que el propio Presidente de la República, en su oportunidad, estimuló la delincuencia y junto con ella la impunidad. Lo que contribuye en buena medida a la crisis general.
Las cuestiones objetivas vienen determinando las perspectivas del Gobierno. Son claras las debilidades de la política de la oposición: la división y la poca eficacia para atender los problemas más sentidos por el pueblo, sus demandas y aspiraciones, conducen a mucha gente a perder la fe en la alternativa que representan frente a las penurias. Algunos prominentes factores de la oposición, apostando a una salida más a largo plazo, se han convertido en un freno de la protesta popular. Todo lo cual conduce a que sea la espontaneidad de la gente la respuesta contra el gobierno, ante el deterioro de sus condiciones de vida. Se siembra la especie de que la salida será desde adentro, como resultado del hecho objetivo. Una salida propiciada por el propio chavismo, claro, de no lograrse crear una fuerza consciente capaz de dirigir el descontento.
Hay quienes afirman que resulta extraño que no haya pasado nada. Ciertamente es así. El grado de deterioro de la economía y las consecuencias sociales hacen previsible un ascenso del movimiento espontáneo. Ya son muchos los episodios en tal sentido. Los últimos reflejan rabia y desesperación. La respuesta del Gobierno es un decreto de excepción y de emergencia cuya eficacia para resolver algún problema de la gente es nulo. Pero seguramente sí resuelve problemas de los importadores, de los grandes bancos, de los acreedores del Estado, nacionales y extranjeros.
Por su parte, desde la oposición democrática se debe levantar una propuesta alternativa que despierte esperanzas. Que estimule la participación popular por un cambio que no suponga más de lo mismo en esencia. Que conduzca a más democracia y más bienestar. Meterse en la pelea enfrentando este estado de cosas, pero entronizando en la gente una propuesta que brinde confianza, pero no la confianza a los poderosos, sino confianza a los trabajadores. Esto es, un cambio para mejorar el salario y las condiciones de vida de los excluidos, de los hombres y mujeres honestos y de buena voluntad, de todos quienes han sufrido en este engaño histórico de más de tres lustros.
Vale la pena enviar una disculpa al lector por haber expresado asuntos escabrosos de la economía, la ciencia menos conocida, aunque aborde el objeto más vivido por la especie humana. Sin producción no hay siquiera pensamiento, pero a la hora de atender las cuestiones de la producción y el cambio parecemos llenos de difíciles incomprensiones que deben ser superadas. Pero no queda de otra que hincar el diente en ese ejercicio de ir a la esencia de las cosas y no quedarnos en la superficie fácilmente percibida.
Parafraseando a Marx: como la cosa no se presenta como es, hace falta la ciencia que desentraña la esencia. Muy a pesar de este frío análisis de la ciencia económica, son momentos en los que aparecerá la pasión, se encresparán los espíritus en la lucha por un mundo mejor. Tiempos de confrontación que nos traerán poesía y cantos en correspondencia con las ansias de redención de un pueblo engañado y de donde brotarán fuerzas de las debilidades del presente expectante hasta convertirse en oleada de cambios. Quienes le temen a eso, es porque sus propuestas se inscriben en el transitar del camino ya andado.
Publicado en Efecto Cocuyo
La razón económica del Bachaqueo
Bachacos, bachaqueros, bachaquear… no se ha perfilado de manera muy clara el uso del sustantivo ni de las conjugaciones del verbo que se conforman en la acción. Como toda locución, las palabras tienen la vida que le dan los pueblos. Por eso, el término en cuestión anda en proceso de consolidación en la lengua del venezolano. Tiene su origen etimológico en la ruta comercial que realizaban los aborígenes en tierras zulianas y que hoy hacen su actividad económica principal. Lo que sí está claro, más que sus conjugaciones modernas, es el verbo en palabra y acción.
Esta “cadena de comercialización” ─que se inscribe en la naturaleza de las relaciones sociales de producción y de cambio imperantes─, cuenta con el ingrediente de la generalizada degradación chavista. El bachaco o bachaquero, goza del favor y vigilancia de la autoridad a diversa escala. Va desde aquella familia que se organiza para bachaquear, hasta las cadenas que se conforman con base en los “colectivos” armados que dominan diversos espacios. Se da el caso en que funciona de la siguiente manera: grupos armados que decomisan parte de la mercancía que llega a los Pdmercal o a los Bicentenario. Solo dejan disponible una parte para la venta y ellos revenden por bultos a unos precios exorbitantes. Sin embargo, estas bandas están en contra de los otros bachaqueros que compran en las cadenas de farmacia, por ejemplo, para revender al detal, por lo que los grupos armados han anunciado “represalias”, bajo la pretensión de tener centralizado el proceso de distribución de los alimentos.
Son muchos los que se ven impelidos a actuar como bachaqueros dada la calamidad que vive la familia venezolana. La pobreza, que ya alcanza a amplios sectores de la pequeña burguesía, del magisterio, profesorado universitario, profesionales, pequeños y medianos propietarios y comerciantes, campesinos, entre otros, fuerza a muchos a buscar actividades para sobrevivir. Estrategias de sobrevivencia que encuentran en el bachaqueo una alternativa individual que supone pérdida de pudor a la hora de estafar a otros ciudadanos. El descargo de quienes así actúan es la difícil situación, pero no sería edificante no dejar sentado que una salida individual e individualista nada aporta colectivamente a la solución del problema, al cambio que demanda Venezuela.
Tal es la escala alcanzada por esta “institución”, que Rodolfo Sanz ─alcalde de Guarenas e integrante de la Comisión presidencial para la economía productiva─ propuso en su escrito del 11 de enero de 2016 que se debía “construir la más amplia red de distribución de alimentos mediante la organización y el control del llamado ‘bachaqueo’ de productos”. Vaya salida a un problema creado y profundizado por una tradición en política económica que si bien guarda data desde 1989 al inicio del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, fue llevado por el régimen de Chávez a su máxima expresión. Se expresa en la esfera de la circulación, pero su raíz se halla en la producción; en la poca producción a la que han llevado a la economía para satisfacer las importaciones desde las potencias imperialistas ya viejas y las emergentes, principalmente de China.
Origen de la degradación
La cosa resulta elemental. Se utilizan los recursos petroleros ─sobre todo en tiempos de ganancias extraordinarias producto del incremento en los precios del crudo─ para importar buena parte de lo que requieren los venezolanos en alimentos, electrodomésticos, entre otros; así como buena parte de los medios de producción que requiere la menguada planta industrial y agrícola. Los bienes importados terminan siendo más competitivos ya que entran al mercado interno sin mayores restricciones. Muchas veces a cero aranceles ya que forman parte de “ayudas”, como las brindadas por los chinos y a dólares preferenciales, o resultado de convenios, parte de cuyos fondos deben ser usados para la importación de este tipo de mercancías o de medios de producción. Igual sucede con buena parte de los bienes importados de países integrantes de Mercosur, Brasil, principalmente. Productos más baratos y de mayor calidad, hacen lo suyo, y la producción nativa pierde cada vez más competitividad. En definitiva, se sustituye el producto venezolano con producción foránea y se va erosionando el aparato productivo. Luego, al acabarse los dólares, caemos en crisis, cuya profundidad es directamente proporcional al grado de dependencia del producto importado y a la caída del volumen de dólares en reserva.
Se trata de un proceso que es continuidad, en lo esencial, de la “tradición” venezolana de cumplir un papel en la división internacional del trabajo como proveedor de materias primas e importador de bienes finales. Siglos que parecen una impronta que sirve de acicate para que Chávez se colocara como la figura más emblemática de esa política. Partiendo de las ganancias extraordinarias por concepto de la venta del crudo, se elevaron las importaciones a una escala sin precedentes. Se sustituyó la producción de rubros que habían alcanzado niveles tan elevados de producción, que incluso sirvieron otrora para captar dólares en el mercado internacional por el producto importado. Se esrosionó -y se continúa erosionando- el aparato productivo hasta llegar a esta situación desesperada de una sociedad que se reproduce, en muy buena medida, con el producto importado. Casi nada “hecho en Venezuela” queda en pié en los anaqueles.
Para el 26 de abril de 2016 las reservas internacionales se colocaron en 12.607 millones de dólares, por debajo del nivel alcanzado en el mes de abril de 2003 posterior al paro petrolero, con el agravante de que alrededor del 75% están conformadas por oro, es decir, no en divisas. Además, en abril de 2016 el Banco Central de Venezuela liquidó divisas equivalentes a $ 251 millones para importaciones y pagó $ 437 millones en intereses de la deuda soberana. Como vemos, más para el pago de deuda que para importaciones, tendencia que se irá incrementando como resultado del creciente endeudamiento foráneo que mantiene el gobierno.
Algunos agentes gubernamentales han buscado similitudes con el proceso que se dio antes del golpe de Estado contra Salvador Allende. Para ello, han citado un párrafo emblemático de la novela La casa de los espíritus, de Isabel Allende. Ciertamente, dentro de la estrategia de los gorilas y el imperialismo estadounidense, se impulsaron en Chile maniobras económicas que crearon las condiciones propicias para el golpe criminal de Pinochet. Crear escasez de manera inducida, olas de rumores, compras nerviosas, entre otras cuestiones, fue parte del plan. Aunque eso no era el resultado de una política económica de destrucción del aparato productivo. Son casos diferentes. El proceso chileno fue muy breve, apenas tres años, como para hacer un balance acerca de sus alcances y perspectivas. A pesar de que se trató de un intento idealista de revolución, fue sincero y guiado por gente de mucho mayor cultura y compromiso que el caso que nos ocupa. Sumemos que la corrupción para nada es equiparable. Lo que no significa que el imperialismo yanqui no esté azuzando en una u otra dirección en la política venezolana. Solo que hasta ahora, parece ambigua. A momentos ha favorecido al régimen. En una que otra oportunidad ha hecho concesiones, sobre todo en relación con los espacios cedidos a China. Ha perdido mercados importantes como el del parque militar, tanto terrestre como aéreo. Los rusos colocaron en la Fuerza Armada Nacional un nuevo armamento, evidenciado más competitivo en algunos casos. Por su parte, los chinos se han convertido en el principal acreedor de Venezuela y, en general, de América Latina.
Alcances de la degradación
Junto al bachaquero, además, imperan las bandas regionales. Es así como la banda liderada por el recién abatido “El Picure” ─emblemática figura que dominaba en el estado Guárico─, no ha podido ser “derrotada” plenamente en una confrontación que a momentos no luce clara. Al menos, resulta poco creíble que una banda criminal impere de esa manera sin apoyo oficial. En cualquier caso, no se explica el grado de influencia y control alcanzando por un numeroso grupo de delincuentes articulados de manera tan eficaz. Las vacunas ya forman parte de los costos de producción de quienes cuentan con hatos y haciendas productoras de ganado, cebolla, entre otros rubros. Este sui generis incremento en el costo de producción se traduce en parte del encarecimiento de los bienes agrícolas y pecuarios que buscan realizarse en las ciudades. Pero nadie para a la banda de “El Picure”, ni a las distintas bandas que azotan a todo el país. Venezuela en manos de la delincuencia y sus capitostes, de los ya legendarios pranes y de los jefes de bandas.
En medio de la crisis general venezolana, se pone en evidencia de manera extrema una de las leyes de la distribución de las relaciones burguesas. A saber, cuando la fuerza de la demanda es mayor que la de la oferta, el precio tiende a alcanzar escalas muy superiores al valor de las mercancías. A diferencia de lo que propagan sectores del chavismo, en el capitalismo todo es mercancía. Como señalara Marx, el capitalismo es un inmenso arsenal de mercancías. A las mercancías convencionales cuyo valor de uso y cambio lo podemos determinar claramente, se les suman nuevas y sofisticadas, convertidas en tales, producto de la necesidad y la falta de autoridad y reglamentación de la vida ciudadana. Es así cómo hasta las calles y aceras en distintos puntos de la ciudad, entre otros bienes y servicios, se han convertido en mercancías bajo el amparo de las autoridades. Vamos al mercado de El Cementerio a comprar alguna cosa y debemos pagar 100 bolívares por estacionarnos en la acera. Igual sucede en los alrededores de Quinta Crespo y otros sitios de la ciudad de Caracas. Es normal que un recluso deba pagar mensualmente al Pran de la cárcel donde purga condena, por la “causa”. Esto es, su seguro de vida. Asunto de pleno conocimiento público, más aún de las autoridades. Grupos armados del gobierno comercian con los puestos en las largas colas que hace la gente para comprar algunos productos. Esto es, el puesto de la cola se ha convertido en una mercancía vendida por estos sujetos a precios poco creíbles. De tal manera que en vez de bachaquear el producto, le cargan a la ciudadanía un gasto que merma el poder adquisitivo de su salario, ante la mirada cómplice de guardias nacionales, policía nacional o cualquier autoridad, o porque forman parte de la connivencia. Qué decir de los bienes subsidiados con dólar preferencial para su importación que terminan siendo vendidos a precios exorbitantes, como es el caso de la leche en polvo importada, que se coloca en manos del bachaquero en 70 bolívares y éste la vende hasta en 2.500. Los bachaqueros ya cuentan con espacios importantes, especie de centros comerciales y farmacias en distintas ciudades del país. En una economía altamente especulativa, sin controles ni autoridad, donde reina el hamponato, la cosa se pone más creativa y diversa. La especulación y la descomposición extrema son los complementos.
No es una supuesta naturaleza humana egoísta, como señalara Adam Smith, lo que determina ese tipo de fenómenos poco virtuosos de la especulación inmisericorde. El bachaquero no está interesado ciertamente en satisfacer necesidad alguna de nadie, sea esta un asunto de vida o muerte o satisfacción de una necesidad primaria, de un bebé o de un enfermo. El bachaquero solo está interesado en obtener un beneficio extraordinario vendiendo un producto escaso que satisface una necesidad. Claro, la necesidad es primaria, alimenticia, de salud, es desesperante la realización de la mercancía para el demandante. Circunstancia que aprovecha el bachaco para obtener el mayor beneficio. El necesitado, consciente de que se trata de una estafa, accede a cancelar la exorbitante suma para así satisfacer la necesidad del niño hambriento o del enfermo en casa, o la propia. Relación de intercambio objetiva, independiente de la voluntad. Será así, mientras se presenten productores privados independientes que buscan el mayor beneficio en la producción y en el intercambio.
Smith señaló en su oportunidad, palabras más palabras menos, que “la búsqueda de la riqueza por parte de los particulares es útil, pues esta superchería es lo que despierta y mantiene en continuo movimiento la laboriosidad de los humanos. La ambición nos hace trabajar en beneficio de todos”, escribe José Biedma López en Adam Smith: moralista de la simpatía en noviembre de 2013. En realidad es a la inversa. No es esa superchería la que conduce a la laboriosidad. Es el motor, el deseo irrefrenable para la obtención de ganancia lo que conduce a la llamada superchería. Es el hecho objetivo lo que determina esa propensión y, por tanto, esas ansias de ganancia. La función de la producción y su realización en el mercado no es para satisfacer necesidades, sino para producir plusvalía y ganancias. En condiciones como la venezolana la cuestión se ha elevado a un grado superlativo en la esfera de la circulación bajo el acicate de una doble moral que nos presenta a unos supuestos socialistas como los jefes de bandas de bachaqueros que extorsionan a la gente y alcanzan escalas de beneficios superlativos a costa de las necesidades ciudadanas.
El clima especulativo, sin embargo, es plena responsabilidad del Gobierno. En una economía relativamente desarrollada, el precio se aproxima al valor de cambio de los bienes, determinado por el tiempo de trabajo necesario para su producción. Por el trabajo objetivado en la mercancía. Pero cuando hay presión de demanda superior a la de la oferta, el precio tiende a colocarse por encima de su valor, creándose mayores condiciones para especular. A la inversa, como acontece en el mercado de trabajo, cuando la oferta es mayor que la demanda, el precio tiende a colocarse por debajo de su valor.
En la economía venezolana hay presión de demanda producto de la inflación, de la escasez y a que existen varios tipos de cambio. Luego, se configura un mercado tremendamente especulativo, escenario para que se reproduzca esta infernal cadena de distribución resultado de la política económica chavista desde 1998. Ellos son los responsables, una de las tantas razones por las que deben irse. Su alternativa no puede pretender hacer lo mismo. Debe, por el contrario, transitar por el camino del desarrollo y la diversificación del aparato productivo, hasta producir una revolución industrial. Esto es, escoger el camino de la verdadera soberanía nacional.
La crisis nos ha conducido a una coyuntura en la cual debemos tomar partido por la solidaridad y la lucha, o sumarnos a la degradación. Extremos de rigor en medio de la legitimación de una relación de intercambio abyecta. Vivimos en la disyuntiva de ser humanos, verdaderamente humanos, estimulando la solidaridad, o actuar con base en las leyes del capital en la esfera del comercio, sacando partido de la extrema necesidad de la ciudadanía. Otra cosa no lo explica. Quienes asumen el bachaqueo en medio de estas circunstancias, optan por la degradación, tanto, que nos hacen recordar una estrofa del poema de Miguel Hernández, El Hambre: “…Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,/los que entienden la vida por un botín sangriento:/como los tiburones, voracidad y diente,/panteras deseosas de un mundo siempre hambriento”.
El desprecio a los bachaqueros se ha convertido en rabia. El Gobierno lo sabe. De allí que ahora buscan identificarlo con el invento de la guerra económica y con la oposición golpista. Su obra la endilgan a otros. Fariseísmo propio de este régimen político desde sus inicios. Pero ya están desenmascarados incluso frente al mismo pueblo chavista. Bachaqueros, colectivos, policías, guardias nacionales, funcionarios diversos, forman esta cadena de comercio que es parte de la pesadilla venezolana, de la cual más temprano que tarde habremos de despertar.
Publicado en Efecto Cocuyo
Esta “cadena de comercialización” ─que se inscribe en la naturaleza de las relaciones sociales de producción y de cambio imperantes─, cuenta con el ingrediente de la generalizada degradación chavista. El bachaco o bachaquero, goza del favor y vigilancia de la autoridad a diversa escala. Va desde aquella familia que se organiza para bachaquear, hasta las cadenas que se conforman con base en los “colectivos” armados que dominan diversos espacios. Se da el caso en que funciona de la siguiente manera: grupos armados que decomisan parte de la mercancía que llega a los Pdmercal o a los Bicentenario. Solo dejan disponible una parte para la venta y ellos revenden por bultos a unos precios exorbitantes. Sin embargo, estas bandas están en contra de los otros bachaqueros que compran en las cadenas de farmacia, por ejemplo, para revender al detal, por lo que los grupos armados han anunciado “represalias”, bajo la pretensión de tener centralizado el proceso de distribución de los alimentos.
Son muchos los que se ven impelidos a actuar como bachaqueros dada la calamidad que vive la familia venezolana. La pobreza, que ya alcanza a amplios sectores de la pequeña burguesía, del magisterio, profesorado universitario, profesionales, pequeños y medianos propietarios y comerciantes, campesinos, entre otros, fuerza a muchos a buscar actividades para sobrevivir. Estrategias de sobrevivencia que encuentran en el bachaqueo una alternativa individual que supone pérdida de pudor a la hora de estafar a otros ciudadanos. El descargo de quienes así actúan es la difícil situación, pero no sería edificante no dejar sentado que una salida individual e individualista nada aporta colectivamente a la solución del problema, al cambio que demanda Venezuela.
Tal es la escala alcanzada por esta “institución”, que Rodolfo Sanz ─alcalde de Guarenas e integrante de la Comisión presidencial para la economía productiva─ propuso en su escrito del 11 de enero de 2016 que se debía “construir la más amplia red de distribución de alimentos mediante la organización y el control del llamado ‘bachaqueo’ de productos”. Vaya salida a un problema creado y profundizado por una tradición en política económica que si bien guarda data desde 1989 al inicio del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, fue llevado por el régimen de Chávez a su máxima expresión. Se expresa en la esfera de la circulación, pero su raíz se halla en la producción; en la poca producción a la que han llevado a la economía para satisfacer las importaciones desde las potencias imperialistas ya viejas y las emergentes, principalmente de China.
Origen de la degradación
La cosa resulta elemental. Se utilizan los recursos petroleros ─sobre todo en tiempos de ganancias extraordinarias producto del incremento en los precios del crudo─ para importar buena parte de lo que requieren los venezolanos en alimentos, electrodomésticos, entre otros; así como buena parte de los medios de producción que requiere la menguada planta industrial y agrícola. Los bienes importados terminan siendo más competitivos ya que entran al mercado interno sin mayores restricciones. Muchas veces a cero aranceles ya que forman parte de “ayudas”, como las brindadas por los chinos y a dólares preferenciales, o resultado de convenios, parte de cuyos fondos deben ser usados para la importación de este tipo de mercancías o de medios de producción. Igual sucede con buena parte de los bienes importados de países integrantes de Mercosur, Brasil, principalmente. Productos más baratos y de mayor calidad, hacen lo suyo, y la producción nativa pierde cada vez más competitividad. En definitiva, se sustituye el producto venezolano con producción foránea y se va erosionando el aparato productivo. Luego, al acabarse los dólares, caemos en crisis, cuya profundidad es directamente proporcional al grado de dependencia del producto importado y a la caída del volumen de dólares en reserva.
Se trata de un proceso que es continuidad, en lo esencial, de la “tradición” venezolana de cumplir un papel en la división internacional del trabajo como proveedor de materias primas e importador de bienes finales. Siglos que parecen una impronta que sirve de acicate para que Chávez se colocara como la figura más emblemática de esa política. Partiendo de las ganancias extraordinarias por concepto de la venta del crudo, se elevaron las importaciones a una escala sin precedentes. Se sustituyó la producción de rubros que habían alcanzado niveles tan elevados de producción, que incluso sirvieron otrora para captar dólares en el mercado internacional por el producto importado. Se esrosionó -y se continúa erosionando- el aparato productivo hasta llegar a esta situación desesperada de una sociedad que se reproduce, en muy buena medida, con el producto importado. Casi nada “hecho en Venezuela” queda en pié en los anaqueles.
Para el 26 de abril de 2016 las reservas internacionales se colocaron en 12.607 millones de dólares, por debajo del nivel alcanzado en el mes de abril de 2003 posterior al paro petrolero, con el agravante de que alrededor del 75% están conformadas por oro, es decir, no en divisas. Además, en abril de 2016 el Banco Central de Venezuela liquidó divisas equivalentes a $ 251 millones para importaciones y pagó $ 437 millones en intereses de la deuda soberana. Como vemos, más para el pago de deuda que para importaciones, tendencia que se irá incrementando como resultado del creciente endeudamiento foráneo que mantiene el gobierno.
Algunos agentes gubernamentales han buscado similitudes con el proceso que se dio antes del golpe de Estado contra Salvador Allende. Para ello, han citado un párrafo emblemático de la novela La casa de los espíritus, de Isabel Allende. Ciertamente, dentro de la estrategia de los gorilas y el imperialismo estadounidense, se impulsaron en Chile maniobras económicas que crearon las condiciones propicias para el golpe criminal de Pinochet. Crear escasez de manera inducida, olas de rumores, compras nerviosas, entre otras cuestiones, fue parte del plan. Aunque eso no era el resultado de una política económica de destrucción del aparato productivo. Son casos diferentes. El proceso chileno fue muy breve, apenas tres años, como para hacer un balance acerca de sus alcances y perspectivas. A pesar de que se trató de un intento idealista de revolución, fue sincero y guiado por gente de mucho mayor cultura y compromiso que el caso que nos ocupa. Sumemos que la corrupción para nada es equiparable. Lo que no significa que el imperialismo yanqui no esté azuzando en una u otra dirección en la política venezolana. Solo que hasta ahora, parece ambigua. A momentos ha favorecido al régimen. En una que otra oportunidad ha hecho concesiones, sobre todo en relación con los espacios cedidos a China. Ha perdido mercados importantes como el del parque militar, tanto terrestre como aéreo. Los rusos colocaron en la Fuerza Armada Nacional un nuevo armamento, evidenciado más competitivo en algunos casos. Por su parte, los chinos se han convertido en el principal acreedor de Venezuela y, en general, de América Latina.
Alcances de la degradación
Junto al bachaquero, además, imperan las bandas regionales. Es así como la banda liderada por el recién abatido “El Picure” ─emblemática figura que dominaba en el estado Guárico─, no ha podido ser “derrotada” plenamente en una confrontación que a momentos no luce clara. Al menos, resulta poco creíble que una banda criminal impere de esa manera sin apoyo oficial. En cualquier caso, no se explica el grado de influencia y control alcanzando por un numeroso grupo de delincuentes articulados de manera tan eficaz. Las vacunas ya forman parte de los costos de producción de quienes cuentan con hatos y haciendas productoras de ganado, cebolla, entre otros rubros. Este sui generis incremento en el costo de producción se traduce en parte del encarecimiento de los bienes agrícolas y pecuarios que buscan realizarse en las ciudades. Pero nadie para a la banda de “El Picure”, ni a las distintas bandas que azotan a todo el país. Venezuela en manos de la delincuencia y sus capitostes, de los ya legendarios pranes y de los jefes de bandas.
En medio de la crisis general venezolana, se pone en evidencia de manera extrema una de las leyes de la distribución de las relaciones burguesas. A saber, cuando la fuerza de la demanda es mayor que la de la oferta, el precio tiende a alcanzar escalas muy superiores al valor de las mercancías. A diferencia de lo que propagan sectores del chavismo, en el capitalismo todo es mercancía. Como señalara Marx, el capitalismo es un inmenso arsenal de mercancías. A las mercancías convencionales cuyo valor de uso y cambio lo podemos determinar claramente, se les suman nuevas y sofisticadas, convertidas en tales, producto de la necesidad y la falta de autoridad y reglamentación de la vida ciudadana. Es así cómo hasta las calles y aceras en distintos puntos de la ciudad, entre otros bienes y servicios, se han convertido en mercancías bajo el amparo de las autoridades. Vamos al mercado de El Cementerio a comprar alguna cosa y debemos pagar 100 bolívares por estacionarnos en la acera. Igual sucede en los alrededores de Quinta Crespo y otros sitios de la ciudad de Caracas. Es normal que un recluso deba pagar mensualmente al Pran de la cárcel donde purga condena, por la “causa”. Esto es, su seguro de vida. Asunto de pleno conocimiento público, más aún de las autoridades. Grupos armados del gobierno comercian con los puestos en las largas colas que hace la gente para comprar algunos productos. Esto es, el puesto de la cola se ha convertido en una mercancía vendida por estos sujetos a precios poco creíbles. De tal manera que en vez de bachaquear el producto, le cargan a la ciudadanía un gasto que merma el poder adquisitivo de su salario, ante la mirada cómplice de guardias nacionales, policía nacional o cualquier autoridad, o porque forman parte de la connivencia. Qué decir de los bienes subsidiados con dólar preferencial para su importación que terminan siendo vendidos a precios exorbitantes, como es el caso de la leche en polvo importada, que se coloca en manos del bachaquero en 70 bolívares y éste la vende hasta en 2.500. Los bachaqueros ya cuentan con espacios importantes, especie de centros comerciales y farmacias en distintas ciudades del país. En una economía altamente especulativa, sin controles ni autoridad, donde reina el hamponato, la cosa se pone más creativa y diversa. La especulación y la descomposición extrema son los complementos.
No es una supuesta naturaleza humana egoísta, como señalara Adam Smith, lo que determina ese tipo de fenómenos poco virtuosos de la especulación inmisericorde. El bachaquero no está interesado ciertamente en satisfacer necesidad alguna de nadie, sea esta un asunto de vida o muerte o satisfacción de una necesidad primaria, de un bebé o de un enfermo. El bachaquero solo está interesado en obtener un beneficio extraordinario vendiendo un producto escaso que satisface una necesidad. Claro, la necesidad es primaria, alimenticia, de salud, es desesperante la realización de la mercancía para el demandante. Circunstancia que aprovecha el bachaco para obtener el mayor beneficio. El necesitado, consciente de que se trata de una estafa, accede a cancelar la exorbitante suma para así satisfacer la necesidad del niño hambriento o del enfermo en casa, o la propia. Relación de intercambio objetiva, independiente de la voluntad. Será así, mientras se presenten productores privados independientes que buscan el mayor beneficio en la producción y en el intercambio.
Smith señaló en su oportunidad, palabras más palabras menos, que “la búsqueda de la riqueza por parte de los particulares es útil, pues esta superchería es lo que despierta y mantiene en continuo movimiento la laboriosidad de los humanos. La ambición nos hace trabajar en beneficio de todos”, escribe José Biedma López en Adam Smith: moralista de la simpatía en noviembre de 2013. En realidad es a la inversa. No es esa superchería la que conduce a la laboriosidad. Es el motor, el deseo irrefrenable para la obtención de ganancia lo que conduce a la llamada superchería. Es el hecho objetivo lo que determina esa propensión y, por tanto, esas ansias de ganancia. La función de la producción y su realización en el mercado no es para satisfacer necesidades, sino para producir plusvalía y ganancias. En condiciones como la venezolana la cuestión se ha elevado a un grado superlativo en la esfera de la circulación bajo el acicate de una doble moral que nos presenta a unos supuestos socialistas como los jefes de bandas de bachaqueros que extorsionan a la gente y alcanzan escalas de beneficios superlativos a costa de las necesidades ciudadanas.
El clima especulativo, sin embargo, es plena responsabilidad del Gobierno. En una economía relativamente desarrollada, el precio se aproxima al valor de cambio de los bienes, determinado por el tiempo de trabajo necesario para su producción. Por el trabajo objetivado en la mercancía. Pero cuando hay presión de demanda superior a la de la oferta, el precio tiende a colocarse por encima de su valor, creándose mayores condiciones para especular. A la inversa, como acontece en el mercado de trabajo, cuando la oferta es mayor que la demanda, el precio tiende a colocarse por debajo de su valor.
En la economía venezolana hay presión de demanda producto de la inflación, de la escasez y a que existen varios tipos de cambio. Luego, se configura un mercado tremendamente especulativo, escenario para que se reproduzca esta infernal cadena de distribución resultado de la política económica chavista desde 1998. Ellos son los responsables, una de las tantas razones por las que deben irse. Su alternativa no puede pretender hacer lo mismo. Debe, por el contrario, transitar por el camino del desarrollo y la diversificación del aparato productivo, hasta producir una revolución industrial. Esto es, escoger el camino de la verdadera soberanía nacional.
La crisis nos ha conducido a una coyuntura en la cual debemos tomar partido por la solidaridad y la lucha, o sumarnos a la degradación. Extremos de rigor en medio de la legitimación de una relación de intercambio abyecta. Vivimos en la disyuntiva de ser humanos, verdaderamente humanos, estimulando la solidaridad, o actuar con base en las leyes del capital en la esfera del comercio, sacando partido de la extrema necesidad de la ciudadanía. Otra cosa no lo explica. Quienes asumen el bachaqueo en medio de estas circunstancias, optan por la degradación, tanto, que nos hacen recordar una estrofa del poema de Miguel Hernández, El Hambre: “…Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,/los que entienden la vida por un botín sangriento:/como los tiburones, voracidad y diente,/panteras deseosas de un mundo siempre hambriento”.
El desprecio a los bachaqueros se ha convertido en rabia. El Gobierno lo sabe. De allí que ahora buscan identificarlo con el invento de la guerra económica y con la oposición golpista. Su obra la endilgan a otros. Fariseísmo propio de este régimen político desde sus inicios. Pero ya están desenmascarados incluso frente al mismo pueblo chavista. Bachaqueros, colectivos, policías, guardias nacionales, funcionarios diversos, forman esta cadena de comercio que es parte de la pesadilla venezolana, de la cual más temprano que tarde habremos de despertar.
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